37 - Primera parte

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Antes de morir siempre es bueno confesarse.

Esto evita que vayas al infierno, o que tu castigo sea menos doloroso.

O tal vez no...


En realidad no tuve que pensarlo demasiado.

Supe con quién quería ir y por qué.

Así que di un par de pasos hacia adelante.

Y me detuve frente a Adrik.

A nuestro alrededor se hizo un silencio. Lo miré a los ojos por un instante, o más bien por un instante un poquito largo. Eran tan grises, tan distintos al resto del mundo. Cada línea de su cara era perfecta. Las cejas un poco pobladas, el cabello negrísimo, los labios herméticos, la piel fresca. Incluso la ligera amargura de sus expresiones también era casi una obra.

Y nada de eso me había hecho enamorarme de él.

Fue lo que nunca dejaba que nadie viera. Fue el Adrik espontaneo, el inteligente, el que tenía la habitación llena de mapas del mundo y libros desordenados. Fue el que ayudaba animales, el que tenía una respuesta sarcástica y audaz para todo, el que prefería la fantasía antes que la realidad. Fue el de literatura, el de los momentos humillantes, el que dijo que no había nada en mí que debiera agradarle. El que se lanzó a la piscina, el que desafió a Aegan, el que me pidió que me desnudara sin vergüenza.

Fue ese Adrik que, por alguna razón, ya no veía por ninguna parte. Lo único que había frente a mí eran ojeras, un aire de vulnerabilidad, insomnio, culpa, los escombros que había dejado la bomba nuclear llamada Melanny.

Le sonreí con nostalgia y me incliné hacia él para decirle las palabras exactas al oído. El aroma de su loción de afeitar me recordó el momento en el refugio.

—No te odio —le contesté finalmente a lo que había mencionado en el interior de la ambulancia—. Pero lo haré si no vuelves a ser el Adrik que parece detestar al mundo y que al mismo tiempo puede lanzarse ebrio de un techo para insultar a alguien.

Me aparté. Él me observó un tanto atónito y confundido por eso, pero también como si esperara que algo más saliera de mi boca.

Solo que eso era todo lo que tenía para decirle.

Giré la cabeza.

—Aegan —le llamé—. Vamos.

Aegan me miró de golpe con el ceño fruncido y una casi chistosa expresión de sorpresa y confusión. Observó a los demás como intentando comprobar si era cierto. Aleixandre solo se encogió de hombros, y Owen asintió como diciendo: "sí, dijo tu nombre".

Sí, había dicho su nombre. Quería que él me acompañara.

Seguí en dirección al jet. Aegan me siguió, todavía algo extrañado. Me acerqué a las escalerillas de acceso. Justo antes de subir, me di vuelta y me despedí de ellos con un saludo de la mano bastante simple, aunque en el fondo se me antojó hacer uno de reina, je.

Pasé de rostro en rostro: Owen sonriente y radiante. Aleixandre mucho más sonriente y algo conmovido. Y finalmente Adrik, que se había quedado pasmado en un nivel digno de retratar, como si un espíritu espantoso le hubiese aparecido en frente.

¿Qué pasó amiguito? ¿Pensabas ser elegido?

No me sentí mal por él. Ya no había nada que pudiéramos decirnos. Las cosas y las elecciones habían sido claras, y lo que ahora sentíamos a causa de eso, también. A lo mejor algún día volveríamos a vernos. Tuve esa fuerte impresión, y solo entonces, habría una oportunidad para otras palabras.

Perfectos Mentirosos © [Completa✔️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora