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Tres perfectos mentirosos salieron un día:

Aegan fue a decir muchas mentiras (solo porque estas le aseguraban una exitosa y buena vida).

Adrik fue a guardar un gran secreto (que era algo retorcido, extraño y un tanto enfermo).

Y Aleixandre, como siempre, se esmeró en fingir que era uno de ellos (porque aunque no pudiera gritar, estaba muy muy muy harto de la poderosa familia Cash).

El karma se parece mucho a Miranda Priestley de El diablo viste a la moda: tiene estilo, tiene poder, es implacable cuando decide actuar, pero en lo que lo comprendes bien te das cuenta de que también es justo y que sus razones son las necesarias.

¿Que si fue karma? Por supuesto.

¿Que si habría sido mejor que actuara solo contra mí? Claro, pero no habría cumplido su función.

Yo me habría muerto feliz, tal vez.

Ahora, ver a mis únicos y verdaderos amigos a punto de ello, era el verdadero castigo.

Siempre supe lo que había sucedido: nos habían chocado a propósito. Fue uno de esos ataques que al mismo tiempo son suicidas porque la persona que lo comete puede terminar muerta. Fue uno de esos ataques dispuestos a lograr el objetivo.

No pensé en Regan como el culpable en los segundos que estuve consciente, pero su nombre fue el primero que me vino a la mente cuando abrí los ojos.

No recordaba casi nada, pero escuchaba que alguien me hablaba.

Era una voz lejana:

—Despierta, Jude.

Lo intentaba, pero los párpados me pesaban, así que solo parpadeaba en intentos débiles. Lo poco que veía estaba borroso, indescifrable, extraño, de modo que tuve que tratar de apretarlos para ir aclarándome.

—Vamos, Jude.

Sonaba como un susurro, un exigente susurro.

—Jude, anda, rápido —insistió.

Había un rostro frente a mí. Me esforcé por captar sus detalles: piel clara, ¿rasgos conocidos? ¿lo conocía? Sí, algo me decía que sí. Ese cabello negro... negro... Los ojos, ¿grises?

—¿Me ves bien? —preguntó en el mismo tono susurrante.

Volví a apretar los ojos con mayor fuerza. Moví la cabeza de un lado a otro. ¿En dónde demonios estaba? ¿Qué era eso que oía? Parecía un pitido. Un pitido intermitente. Traté de procesarlo un momento hasta que la palabra que me vino a la mente fue: hospital.

—¿Estás por completo despierta? —volvió a preguntarme la cabeza flotante sobre mí—. ¿Cuántos dedos ves?

Los dedos aparecieron. Los conté.

—Tres —pronuncié con la voz pastosa y débil.

—Genial —continuó—. Ahora, ¿puedes levantarte?

—¿Por qué susurras?

Fue lo único que quise saber primero.

—Porque no deben oírme —aclaró— así que no hables tan alto.

¿Por qué no debían oírlo? ¿Quiénes?

—¿Qué pasa?

—¿Sabes quién soy? —me preguntó de vuelta—. Sé que te golpeaste muy fuerte la cabeza, así que tenemos que comprobarlo antes de...

Perfectos Mentirosos © [Completa✔️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora