Pasado II
El parque de siempre con los dos niños de siempre, ambos con un helado de fresa en las manos, YoonOh se lo comía con prisa, cuidadoso de que no se le derritiera y ensuciara su ropa, Mark ni siquiera le había dado una probada, todo el líquido dulce corría por su manita mientras él la miraba con una tristeza tan notoria que el corazón de Yoonnie dolía.
—Me encantan los helados —dijo Yoon tratando de romper el silencio —¿Te gusta como sabe, Mark? Vamos, lámelo más, se está derritiendo.
—¡No! ¡No me gusta! ¡No quiero lamer cosas nunca más! ¡Odio como sabe! ¡Lo odio!
Arrojó el helado al piso y fue corriendo hasta su casa, ahí estaba él, borracho como siempre. El señor M se le acercó y lo alzó para llevarlo al baño, debía lavarle las manos.
—Mark, pequeño, repetiremos lo que hicimos esta mañana, ¿está bien? —no estaba bien, pero no podía negarse, le daba miedo hacerlo, así que sólo bajó la cabeza y lo siguió hasta su habitación —hazlo campeón —lo incitó desnudándose de cintura para abajo —¿te gusta Mark? ¿Te gusta como sabe? Vamos, lámelo más.
¿Cómo explicar lo horrible que se siente el ser obligado a hacer algo que no quieres? Es como un pasillo con dos puertas a los extremos, una de las puertas es hacer aquello que no quieres y la otra es secreta, lo desconocido aterra, no puedes ir a por esa otra puerta, que tal vez es tu salvación, porque te aterra que sea algo peor. Apenas puedes aguantar tu realidad, ¿cómo podrías enfrentarte a algo peor? Simple, no puedes, no crees poder, agachas la cabeza y sigues con tu vida, aguantando toda esa mierda que estás acostumbrado a aguantar porque el miedo es fuerte señores, nunca subestimemos el poder del miedo.
Cuando acabó de ser usado fue hasta el baño y cepilló sus dientes, se sentía sucio, estaba sucio, los cepilló una, dos, hasta cinco veces, pero aquel mal sabor no se iba, porque el sabor no estaba en su boca, sino en su cabecita, a la triste edad de ocho años la cabeza de Mark estaba confundida, terriblemente triste y jodidamente traumada, pero faltaba más, mucho más.
Salió del baño, un extraño polvo blanco sobre la mesa, frascos de pastillas en el mesón, tres perritos chillando en el patio y su papá inyectándose un líquido amarillo que derretía sobre una cuchara. Lo ignoró y fue hasta el orfanato donde vivía YoonOh para pedirle que saliera a jugar con él otra vez.
Ambos fueron al parque del barrio, ensuciándose la carita y las manos de tierra, jugaban a construir castillos de arena, peleándose porque los dos querían ser el príncipe.
—Tú eres demasiado bonito para ser un príncipe Markie, debes ser mi princesa, aparte, yo soy el mayor —sonrió victorioso YoonOh —los niños bonitos como tú deben dejarse proteger por caballeros de brillantes armaduras como yo, lo leí en un libro.
—Como mi caballero, ¿de qué me defenderías?
—De los dragones y los monstruos, los mataré con mi espada.
—No me sirves —contestó frío —los dragones y los monstruos no me dan miedo, hay cosas peores.
—¿Peores?
—Los humanos.
—Pero... —YoonOh hizo un puchero —no puedo matar humanos, iría a la cárcel.
***
La nevera vacía, las estanterías también, debía pagar la luz, el agua, gas y seguro, se le estaba acabando el alcohol, los cigarrillos y la droga, pero antes de preocuparse por todo aquello, debía conseguir comida para Mark, el pequeño llevaba sin comer desde el día anterior. Taeil dio vueltas por la cocina tratando de pensar, el dinero le comenzaba a faltar y lo habían despedido de su trabajo, ¡¿Pero cómo podría pensar si los malditos perros del patio no se callaban?! Salió furioso y los empezó a patear hasta que uno de los tres cachorros dejó de ladrar o moverse, lo había matado. Su hijo volvería pronto de la escuela y se escandalizaría si veía aquello.
Sin pudor tomó al animal muerto y lo llevó hasta la cocina para meterlo en una bolsa de basura... pero ¿por qué?, sería un desperdicio echar a la busara a aquel gran trozo de carne. Taeil sonrió, había resuelto su problema de comida.
Suena a algo totalmente horrible e inhumano, pero ¿qué diferencia hay entre un perro y un cerdito? ¿O un gato y un pollo? No la hay, son seres vivos que aman y sienten miedo, dolor, estrés e incluso se deprimen ante situaciones horribles como ver a sus hijos siendo separados de ellos, aún así los primeros son defendidos por la ley y los segundos son comida.
Cuando Mark llegó de la escuela comió con desesperación, no era para menos si había estado un día entero sin comer, Xiumin llegó junto a Mark y le entregó unos dulces que había comprado por el camino para que se entretuviera mientras él hablaba con su papá.
—¿Cómo te sientes Taeil? Debes decirme todo para poder ayudarte.
—Estoy a punto de explotar por el estrés, necesito conseguir un trabajo, estoy sin dinero.
—Yo te puedo prestar dinero, pero prométeme que tratarás de mejorar, estoy aquí para apoyarte, pero debes poner de tu parte, sólo tú puedes sacarte de ese agujero en el que estás cayendo.
Las cosas de mayores eran tan aburridas, Mark dijo adiós con su manita y corrió hasta la casa de YoonOh para compartirle de sus dulces. Lo encontró en su habitación vistiéndose luego de haberse duchado.
—¿Por qué me miras así? —YoonOh se sonrojó.
—Me da tanta envidia tu cuerpo.
Aquel susurro fue triste, YoonOh se sonrojó aún más, ¿qué estaba diciendo su amigo? Él era quien siempre había envidiado la contextura delgada de Mark, quería bajar de peso para que las noonas del orfanato lo vieran como un hombre y no como el niño gordito de los cachetes apachurrables, pero era tan difícil dejar los pasteles de chocolate o las papitas fritas.
—Pero si tu cuerpo es mucho mejor que el mío —YoonOh contestó.
—Mi cuerpo es basura, está sucio, usado ¡lo odio!
***
El señor M lo estaba haciendo otra vez, tocaba su cuerpo y lo besaba, quería, rezaba para que párese, le dolía todo. Cuando al fin lo dejó en paz corrió hasta el baño, como ya se le había hecho costumbre, y se sentó bajo la ducha durante una larga e infinita hora. Estaba sucio, otra vez.
Finalmente salió para encontrarse con algo tan horrible como el hecho de que su cuerpo era usado, Taeil entró con un nuevo perrito recogido de la calle y comenzó a golpearle la patita con un martillo.
—Voy a la veterinaria —dijo cogiendo su billetera del mesón —ya vuelvo.
Una sensación desesperante inundó su cuerpo, quería llorar hasta colapsar, hasta que su mami en el cielo se apiadara de él y lo llevase junto a ella. Corrió hacia el baño otra vez y se encerró, se metió bajo el agua helada con la ropa aún puesta, tal vez así despertaría de la pesadilla en la que vivía o al menos despejaría su cabeza que le pedía saltar desde el último piso de un edificio... uno muy alto.
Abrió los ojos y se vio acostado otra vez en la cama con el señor M enfrente, pero ¿cómo? Estaba enloqueciendo, su vida era una repetición constante de sucesos dolorosos, lo fue en su infancia y la llegada de la adolescencia no cambiaría mucho las cosas.