~Bienvenidos~

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Siempre llega un momento en la vida que lo cambia todo

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Siempre llega un momento en la vida que lo cambia todo. Un momento tan tremendo, tan nítido y lúcido que uno siente como si le hubieran golpeado en el pecho, cortándole la respiración, y uno sabe, con toda certeza y sin el menor atisbo de duda que su vida nunca volverá a ser igual.

El corazón de una Bridgerton – Julia Quinn

Roscoe Morgen

Nuestra cabaña era acogedora, al entrar lo primero que te sorprendía es que totalmente todo era de madera, desde los suelos lisos hasta las paredes forjadas de madera. Una escalera en forma de troncos te recibía, ésta te llevaba a las habitaciones. Abajo, la cocina se encontraba en el fondo pero a la vista, el frigorífico estaba integrado a un mueble de madera maple, junto a las alacenas de la misma madera, el lavabo de acero inoxidable se encontraba en medio de esta, una ventana de cristal al frente, dando una hermosa vista hacía a un pequeño jardín del lado lateral, de igual manera como la vista de la ventana de cristal enfrente de la estufa.

Una mesa alta, y cuatro sillas eran el comedor.

Por la primera planta entraban los rayos del sol a través de los ventanales de cristal, un pasillo llevaba a una puerta de caoba, escondiendo un medio baño. Al lado derecho de la primera planta se encontraba una sala rústica bajo una alfombra roja, una chimenea labrada con piedra al fondo y unas cortinas blancas ocultaban unas sencillas ventanas de cristal. Del techo colgaban lámparas redondas de hilo, dándole un estilo campirano.

Las maletas aún se encontraban en el recibidor, esperando a que yo las llevara arriba.

–¿Los niños están arriba?–preguntó intrigada Rachel.

–Están ahí desde que abrí la puerta.

–Supongo que estarán escogiendo su habitación–expuso segura.

Me reí con gracia, al escuchar su inocente respuesta.

–¿Qué es tan gracioso?–inquirió confundida.

–Poppins, no pensarás que hay más de dos habitaciones, ¿cierto?–contesté con sátira.

–Pero somos cuatro, lo lógico es que construyan cabañas para cuatro residentes.

–No–sonreí–Lo lógico es que construyan cabañas pensando en las familias que vivirán aquí, ya sabes un matrimonio y sus hijos. Dos habitaciones–indiqué lentamente.

Rachel frunció el ceño.

–Bueno está de más de decir, que no pertenecemos a ese grupo–replicó molesta.

–Pero ellos no lo saben–zanjé.

–Tal vez si vamos a aclarar este asunto, sean comprensibles, incluso pueden darnos otra cabaña–sugirió positivamente.

¿Por qué las mujeres siempre complican la vida de los hombres?

Suspiré resignado

–De acuerdo, vamos a recepción.

Pequeña Gran Competencia ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora