~Los seis finalistas~

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Mientras el corazón lata, mientras la carne palpite, no me explico que un ser dotado de voluntad se deje dominar por la desesperación.

Viaje al centro de la Tierra – Julio Verne


Roscoe Morgen

Podría clasificar a la comida del campamento como un término medio de un buen sazón. Al llegar al restaurante, Camille, la chica que nos ubicó en nuestros lugares en el auditorio, también se encargó de colocarnos pulseras identificadoras, así podríamos pedir nuestra comida sin ningún problema.

Este campamento cada vez me sorprende más, y no puedo evitar pensar en Grace; en la chica risueña, divertida y hermosa que entró en mi corazón con aquellas indescifrables pláticas que me confundían pero al mismo tiempo me cautivaban. Ella debería estar aquí. Apostaría lo poco que tengo, a que ella estaría burlándose de mí en este momento, llamaría a este lugar un cuento de hadas, y yo sólo la miraría, como siempre lo hacía. Si tan sólo estuviera aquí...¿Qué hiciste Roscoe?

–¡Roscoe! ¡Tengo que hacer pis!–me saca de mis pensamientos el grito de la pequeña melliza.

Apretaba sus cortas pierdas fuertemente, y comenzaba a dar brincos.

Visualicé rápidamente el letrero del baño de damas, colocado en una puerta dentro del restaurante.

–Correcto, pequeña. Te llevaré a un baño, sólo déjame preguntarle a alguien–escaneé el lugar–que sea capaz de acompañarte ahí adentro–concluí.

Marly negaba con su cabeza.

–No, llévame tu–exigió firmemente.

–Princesa, no puedo entrar al baño de niñas–me excusé.

Comencé a buscar un rostro conocido entre el grupo de personas.

–Quiero que me lleves tu–sus ojos se cristalizaron.

Ahí está, la mirada de corderito abandonado.

–Bien.

La tomé de la mano. Juntos caminábamos al tocador, miré de soslayo al resto de los campistas sentados en sus mesas, ninguno parecía dedicarnos su atención. Me detuve unos segundos antes de empujar la puerta, indeciso de ocasionar algún problema mayor, probablemente me adjudicarían como un pervertido, o algo por el estilo. Intentaría justificarme a través de la melliza, lo que me daría puntos a favor cuando vean su mirada de corderito abandonado y triste.

–Andando, Roscoe–jaló mi mano Marly.

Antes de pisar el baño, una mano fuerte me detuvo en el proceso.

–Ni se le ocurra–me ordenó la Directora Franz.

Me solté de su agarre.

–La niña quiere ir al baño–indiqué indiferente.

Pequeña Gran Competencia ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora