Parte 38

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Abro los ojos con lentitud, al sentir una claridad golpear de manera intensa mis pestañas. Parpadeo para acomodarme a la luz y, de inmediato, me percato que me he quedé dormido, con el traje estúpido de paracaídas, en el cuarto de Natalie. Me toma unos segundos recordar lo acontecido anoche y una sonrisa, inconscientemente, se me dibuja en mi rostro. A punto de ponerme de pie la puerta de la habitación se abre y Natalie, quién ya se había dado un baño y ahora lleva un top y unos leggins, aparece y me extiende unos papeles.

Son los papeles de divorcio.

Son los jodidos papeles de divorcio y hago memoria sobre donde pudo haberlos sacado.

Recuerdo que la última vez que los toqué, fue el día que los dejé dentro de mi maletín cuando los encontré en mi escritorio. Pero, hago memoria de aquel día que llegué a casa y saqué unos papeles del trabajo que dejé sobre la mesa frente a la chimenea.

—¿Porqué no me habías dicho? —pregunta. Su voz suena calma, serena, todo lo contrario a como me imaginé que sería un divorcio. Camina hacia su mesa de noche mientras pienso las palabras más adecuadas para decirle sobre el porqué aún no le había dicho.

—La verdad es que no encontraba la forma, ¡vamos! no es como que me divorcie todos los días —la observo gesticular una media sonrisa, me las juego para sonar despreocupado, como se supone que debería ser, hasta hacerlo incluso sonar como una broma.

—Solo hubieses mencionado los papeles de divorcio y listo —observo la pluma que sostiene su mano y, sin pensarla dos veces, la desliza en el espacio vacío sobre la delgada línea arriba de su nombre.

Mi corazón está a punto de hacerse un hueco en mi pecho y salir corriendo.

Hace unos meses, esto me hubiese hecho saltar en un pie. Hubiese mandado todo a la mierda y a esta hora estaría camino a alguna fiesta a celebrar mi soltería. Pero por un extraño motivo, lo que siento está muy lejos de la felicidad, una sensación extraña, que se me antoja amarga, agridulce...

—Sólo falta tu firma —habla, sacándome de mis pensamientos. Con mis dedos temblorosos tomo los papeles que me extiende y guarda la pluma de regreso a su gaveta. Esperaba otra reacción, algo que me causara remordimiento, pero su rostro está tan pacífico, que me hace preguntarme si seré únicamente yo sintiéndome de esta manera.

—¿Estás segura? —pregunto, y lo que quise hacerlo salir como socarronería suena más bien a súplica y quiero darme una cachetada —más bien... quiero decir... —me pongo de pie y voy hasta la mesa de noche para sacar la pluma y dejar de verme tan ridículo—, ¿no sientes ni un poco de remordimiento por dejarme abandonado con dos peces y daño psicológico por lanzarme a la muerte así por así, el día de ayer?

Ella suelta una risa, intento ocultarlo, pero en realidad mis manos sudan y tiemblan, tanto así que también me río para aliviar la tensión que siento sobre mis hombros, tomo la pluma y lo hago, sin detenerme a pensar, sin decir siquiera una palabra, sin otro gesto más que una sonrisa.

—Listo —hablo, viendo los papeles. Me vuelvo a ella para mostrárselos y asiente sin decir nada más —Nat, no quiero que te sientas obligada a irte solo por esto, quiero decir... que... puedes quedarte aquí el tiempo que quieras...

—Está bien —me corta, esbozando una sonrisa —muchas gracias —sus labios se pegan en mi mejilla y, en parte, eso me hace sentir alivio. Tomo una larga calada de aire al verla cruzar el umbral de la puerta y saco mi teléfono celular para redactarle un correo a mi abogado, su respuesta no tarda en llegar confirmando la hora que pasará por los papeles esta mañana.

Tomar una ducha, vestirme, conducir a la empresa, tomar un café, llegar a mi oficina y sentarme, fueron cosas que hice completamente de manera automática, esperé la hora que dijo el abogado que vendría con la mirada fija en algún lugar, tomando un sorbo de café cada setenta y siete segundos, hasta que él estaba ahí golpeando mi puerta con sus nudillos y le entregué los papeles.

Recién Cazados © (Borrador de la 1era edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora