Parte 39

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Pero no debí hacer una apuesta con Natalie.

Ese será mi nuevo mantra "no hacer apuestas con Natalie"

Mucho peor sin saber antes de qué se trata.

Miro el espejo frente a mí y con mi entrecejo fruncido miro la afeitadora, vuelvo mi vista a Constanza con un gesto de súplica, pero no le importa, ni siquiera cuando hago un mohín que a cualquier mujer le enternecería, excepto a ese tipo que le gusta hacer maldades. Ella simplemente niega con su cabeza maliciosamente y me extiende la máquina maldita.

—Perdiste y dijiste que apostabas lo que sea —habla, se encoge de hombros, toma la crema de afeitar y también la pone frente a mis ojos, con una sonrisa, esa misma que me sabe a cruel, a despiadada—. Fue lo que tú elegiste, David.

—No me dejaste otra opción —le contesto, esperando aunque sea un momento de arrepentimiento de su parte, que me diga que se disculpa, pero no hay nada, solo su vista clavada en mi persona, vuelvo a hacer el mohín.

Natalie suelta una carcajada, camina en mi dirección y toma lugar en el borde de la bañera, aún está sosteniendo la crema de afeitar leyendo la etiqueta.

—Claro que te di otra opción —replica de inmediato, agitando el envase para luego dejar salir un poco sobre la palma de su mano.

—Ponerme unos zapatos de tacón no era un opción —digo, nuevamente con mi gesto de desaprobación sobre ella —¿Puedo dejarlo para después? ¿Cuándo regrese de mi trabajo? —sí, estoy pensando en salir de aquí y no regresar, tal vez mudarme a China ó Tailandia.

—Ayer dijiste que lo dejarías para hoy —confieso que dormí imaginando las formas que podría escapar por mi ventana y no volver. Porque aparte de estar a punto de perder mi barba, perdí mi dignidad —no puedes apostar algo y no cumplir.

—Yo no sabía que... olvídalo —tomo la máquina de afeitar y cierro los ojos con fuerza.

—Aún tienes la opción de usar tacones. No te quedarían mal.

—Me vería di-vi-na —me mofo, viéndola con seriedad, Constanza sin despegarme la mirada de encima ni la sonrisa sádica, se pone de pie solo para juntarme la crema de afeitar en el rostro, pero no solo eso, si no que toma mucho más y la esparce por toda mi cara.

Mi toma unos segundos reaccionar y quitarle el envase de las manos, por instinto comienza a alejarse de mí e inicia a correr por todo el espacio mientras yo voy tras ella, comienzo a verter un poco del líquido espumoso en mi mano una vez que se queda atrapada en el baño entre la pared y yo, sin escapatoria, entre risas intenta escabullirse pero contra mi cuerpo la sostengo con fuerza, mi mano viaja a su rostro y en solo un instante su cara y parte de algunos de sus rizos castaños están cubiertos del líquido blanquecino, forcejea conmigo para agarrar el envase pero no se lo permito, terminamos deslizándonos y cayendo al suelo en risas, me doy cuenta que me quedé sin crema de afeitar y para estar seguro me giro en su dirección y dejo caer sobre ella el resto de líquido.

—Oh Dios —digo, con gesto fatalista —no tengo crema de afeitar ¡Qué pena! —exclamo, muy alto, fingiendo sorpresa, con los ojos bien abiertos —¡esto es una estafa! Solo te rocié un poco y mira...

—¿Alguna vez te dijeron que eres un excelente actor? —me dice, arrebatándome el envase y agitándolo para cerciorarse que no hay nada dentro —qué lástima que tengas otra en el botiquín detrás del espejo.

—Nooo-o-o —finjo lloriquear, con las manos en mi rostro, hasta que siento una fuente de agua, chocarme con fuerza el rostro —noooo.

Tomo la fuente y con el rostro empapado ahora la apunto ella, quién está hecha un ovillo en una esquina riendo con diversión, entre risas desliza su espalda por la pared hasta quedar sentada sobre el piso, las carcajadas me restan fuerza y solo dos minutos después estoy tendido a su lado, con el abdomen adolorido sin poder detener mi impulso de carcajearme a gusto.

—Llegaré tarde por tu culpa —le hablo, con mi frente puesta en uno de sus hombros, las risas van mermando al cabo de unos minutos, me percato que estoy empapado, ambos lo estamos. Casi me paralizo cuando siento su mano postrarse en la parte trasera de mi cabeza y comenzar a acariciar mi cabello con suavidad, una delicadeza tan extrema que casi me roba el aliento. A este punto, mi cara está en la curvatura de su cuello y su mejilla está descansando en mi frente.

—Encontré un apartamento —me dice, de pronto, cuando estaba a punto de quedarme dormido, su comentario definitivamente me llama la atención y me hace tragar con fuerza —dentro de unas semanas, estaré mudándome.

No digo nada sobre eso, sólo sé que algo dentro de mí parece romperse e intento meter ese sentimiento en una caja, ponerle un moño, quemarla y arrojarla en lo más profundo de mi ser.

—¡Oh por Dios! ¿ahora como voy a aprender a vivir solo, otra vez? —pregunto con mofa y una clara preocupación fingida, ella se ríe poniéndose de pie y me extiende su mano para ayudarme a hacer lo mismo.

—No es tan difícil —habla con sorna —solo comienza a tirar tus cosas por toda la casa y listo.

Ahora es mi turno de reír. Levanto mi dedo pulgar en señal de aprobación y la observo alejarse y perderse tras el vidrio corrugado del pequeño espacio.

—¿Te ayudo con la mudanza? —pregunto, no dice nada por un momento y pienso que ha salido de la habitación, camino en dirección a la puerta del baño cuando aparece en mi campo de visión con la jodida crema de afeitar, la agita en el aire con gesto triunfante mientras yo llevo las manos a mi cara.

—Noooo —lloriqueo.

Pensándola bien, debí haber muerto en el paracaídas el otro día.

Recién Cazados © (Borrador de la 1era edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora