Parte 46

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Pero cometí la tontería antes de siquiera llegar a casa y descansar, esa misma noche decidí contarle todo a Nat, aunque le oculté quién me había brindado esa información. Agradecí en mi interior que no me preguntara más. Su respuesta fue que simplemente pensara qué hacer con la cabeza fría, pero me lo dijo después que yo ya le había enviado un mensaje a Camilo, pidiendo vernos, no sé en qué pensaba pero definitivamente el alcohol del líquido rojo que estaba dentro de la copa que sostenía en mis manos ya estaba controlando mi cerebro. No es como que vaya a hablar con un indefenso que no sabe artes marciales o alguien que no sabe apuntar un rifle hacia mi cabeza o una persona que no sabe quebrarme todo los huesos.

Mierda.

Pero aquí estoy ahora, temiendo por mi vida, pero me doy cuenta que la venganza puede más que el miedo, porque mi cuerpo parece estar pegado en la silla, aunque tengo divisada la puerta de entrada y la salida de emergencia, así como también, tengo el número de la policía en marcado rápido.

Tal vez también necesite contratar guardaespaldas después de esto, pero recuerdo que estoy desempleado y no tengo dinero.

Tamborileo mis dedos contra la mesa de madera y me siento un traicionero, por estar en un bar que no es el de Steve, pero tampoco puedo llevar a Camilo a tener esta charla frente al viejo Steve, si va a golpearme, no quiero que ninguno de mis conocidos lo sepa, si nadie lo sabe, solo puedo fingir que me resbalé en las escaleras de mi casa y caí fracturando no sé qué cantidad de huesos.

—¿Qué hay? —escucho una voz áspera y ronca detrás de mí, me giro lentamente para encontrarme con una figura bastante intimidante, hoy es el día libre de Camilo y al parecer viene de sus clases de Karate, su cabello está sostenido por una coleta deshecha en la parte de atrás de su cabeza, lleva una camiseta sin mangas ajustada al cuerpo y deja a la vista un tatuaje en su bícep.

—¿Una A? ¿De Andi? —pregunto, cuando él está removiendo la banqueta a mi lado, suelta una risa en el momento que toma el lugar y se vuelve a mí como no comprendiendo mi pregunta.

—Es la A de Anarquía—contesta con el entrecejo levemente fruncido, y vuelve a reír.

—¡Vaya! —A de Anarquía, qué reconfortante.

O tal vez está buscando una escusa para esa A que de seguro se hizo en alguna borrachera.

No decimos nada por los siguientes minutos, él pide algo para tomar hasta que finalmente vuelve a concentrarse en mí.

—Siento llegar tarde, estaba dando clases de Karate en el orfanato y a los niños les encanta tanto que casi no me dejan ir de ahí.

—¿El orfanato?

—Sí, Natalie me pidió que le ayudara un día que una compañera no pudo asistir y al decirle a unos niños que sabía Karate, insistieron en que querían aprender. La verdad que el Karate y los niños son mi pasión, así que es la mezcla perfecta.

Recién Cazados © (Borrador de la 1era edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora