David
Nadie debía morir en una tarde de primavera.
Es lo que me repetía una y otra vez cuando conducía hacia la casa del viejo Steve, con las manos aferradas al volante y una serie de sentimientos agolpándose en mi garganta y golpeándome con fuerza el pecho.
Todavía no podía creérmelo.
Seguía en la etapa de negación y las palabras se seguían reproduciendo en mi cabeza tan cual las escuché:
—¿Steve? —dije, al recibir una llamada desde su teléfono muy temprano. Steve nunca me llamaba a esas horas y medio adormilado, solo escuché:
—Soy Flor...
—Flor... ¿Cómo estás? —voy a admitir que su llamada en parte me alarmó, más cuando la escuché sollozar y aclaró su garganta para decirme:
—Steve acaba de fallecer.
Está demás decir que sentí como mi mundo se venía abajo, como todas esas paredes que con esfuerzo había construido para no sufrir se derrumbaban para darle paso de golpe a la nueva noticia que acababa de recibir. De pronto todo se reproducía en mi cabeza, nuestra última conversación, sus llamadas para preguntar si estaba bien, sus mensajes para levantarme el ánimo. Su rostro se comenzó a proyectar en mi mente, todas las escenas de Steve desde que tengo memoria comenzaban a amontonarse en mi cabeza y llenarme de angustia el pecho.
De pronto, todos esos recuerdos se sentían tan frescos, tanto así que cuando llegué a su casa y miré la cantidad de personas ahí, pensé que no podía ser cierto. Hace una semana había llegado a mi casa para conocer a Gracie, ahora no puedo creer que esté aquí cerca de un ataúd que encierra su cuerpo. Diviso el lugar donde tuvimos nuestra última conversación en este lugar, frente a un atardecer como el que se está mostrando ahora...
Steve no, por favor.
Siento un dolor inmenso instalarse en mi pecho, algo abrumador me hace soltar algunas lágrimas y no me atrevo a acercarme al ataúd, no quiero verlo ahí, sin un consejo que me diga cómo debo actuar ahora con su muerte. Solo quiero desplomarme y llorar junto a él.
Steve, dime qué hacer ahora.
Me siento en la esquina, recuerdo todas las veces que Steve cuidaba de mí cuando era un niño, todas las historias que me contaba antes de dormir, todas las dramatizaciones que hacía de todas las películas que mirábamos juntos. Cada uno de esos momentos se instalan en mi pecho y duelen. Steve fue el primer mejor amigo que tuve y ahora se había ido para siempre.
—¿Qué pasó? —le pregunto a Flor, cuando llega al lugar donde estoy. La pobre mujer está bajo efecto de algún medicamento, según lo que me comentó, gracias a ello pudo darme la noticia.
—Su corazón estaba débil...
—¿Tú lo sabías? —eElla asiente, al mismo tiempo que unas lágrimas comienzan a colarse en su rostro y se las enjuaga con un pañuelo que lleva el logo del bar de Steve bordado en una esquina.
—Lo descubrió mucho antes de nuestro matrimonio. Intenté darle los mejores últimos días de su vida, pero... —Flor hace una pausa y su voz se quiebra al decir lo siguiente: —: para estas cosas nunca se está preparado.
—¿Por qué no me lo dijo? —Ttengo una bola en la garganta, apenas puedo mencionar esas palabras sin que mi voz parezca la de un desconocido.
—No quería preocupar a nadie.
No quiero recordar esas cosas, quiero recordar al Steve de siempre, el entusiasta y positivo que solo miraba lo bueno de la vida. Quiero creer que esto no es verdad y miraré a Steve todas las tardes después de salir de edificio de los Anderson con esa sonrisa y me dirá justo lo que quiero escuchar. Llegaré a su bar cada vez que me sienta triste y él tendrá las palabras correctas para levantarme el ánimo. Quisiera devolver el tiempo y haber pasado más ratos con Steve.
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Recién Cazados © (Borrador de la 1era edición)
RomanceNovela en físico gracias a Nova Casa Editorial. Contáctame si quieres saber los puntos de venta en tu país. Definitivamente, no todo lo que pasa en Las Vegas se queda en Las Vegas y eso es algo que Natalie y David aprendieron muy bien. (Entra a la...