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Un nuevo día comenzó en el pequeño poblado de Santa Cecilia. Como cada día las personas de este lugar se levantan muy temprano y comienzan sus labores y actividades. Hay tanto vendedores de fruta o verdura, como la misma gente que trabaja la tierra para proveer esos productos; ropa, zapatos, piñatas, instrumentos y tanta variedad de artículos que se podrían encontrar en ese maravilloso pueblo. Definitivamente un gran lugar para vivir. Y eso es precisamente lo que pensaba Camila Martínez, una joven quien al cumplir 17 años decidió independizarse e irse a vivir sola para cumplir sus sueños.

El primer tren del día con dirección a Santa Cecilia arribo en la estación. De el bajo una inocente muchacha con ilusiones y esperanzas nuevas, su primera impresión fue justo la que esperaba; un pueblo mágico lleno de colores y desbordante de alegría. Todo parecía decorado para una gran fiesta pero la realidad es que esto era el pan de cada día. Camila tomo sus maletas y comenzó su camino en dirección a su nuevo hogar. Ya le habían indicado la dirección pero ahora tendría que ubicarse, caminar hasta la plaza del mariachi, dar vuelta en la primera calle a la derecha y la casa roja con el letrero "San Ángel #356" sería la suya. Al mirar a su alrededor toda la gente parecía tan amable, todos charlaban, los niños jugaban y se correteaban. Había tantos puestos de fruta y comida deliciosa, Camila se moría de hambre pero de pronto olvidó esa idea al darse cuenta de que había llegado a la plaza y en el gran y colorido kiosco un pequeño grupo de mujeres y hombres danzaban al ritmo de una guitarra y de la melodiosa voz que cantaba y acompañaba el baile. Era hermoso, pero lo que realmente emocionaba a la joven era el ritmo de esa guitarra, como hacía perfecta sincronía con la voz del cantante. Camila ama cantar y siempre ha soñado hacerlo para un público que se deleite, la aclame y pida una vez más su voz. A la joven se le enchina la piel de solo pensarlo y aún más al saber que tendrá la posibilidad de cumplirlo. Frente al kiosco se muestra un gran letrero en colores:

"Festival de verano, bienvenidos cantantes, músicos y bailarines a animar la fiesta en honor a las vacaciones. Audiciones abiertas".

¿Era real? Llegar al pueblo y de pronto uno de sus sueños prácticamente la ha recibido con los brazos abiertos. Definitivamente se iba a inscribir, nunca ha cantado para un pueblo entero pero si no podía hacerlo, no podría llamarse cantante asi misma, simplemente no lo merecería. Quería ir de inmediato pero se estaba agotando de cargar 2 pesadas maletas asi que lo dejaría para después, quizá más tarde podría relajarse y dar una vuelta por el pueblo. Continúo su camino al dar vuelta a la derecha pero camino una, dos, tres, cuatro calles y no dio con la que sería la suya, no podía estar equivocada, siguió las órdenes al pie de la letra; hasta la plaza, vuelta a la izquierda y San Ángel 356 estaría ahí esprando por ella, pero nada, había llegado a Crucesita 114 y fue dónde decido tomar un descanso, las manos le dolían al igual que los pies de tanto caminar y aún más por traer tacón. Pudo divisar a la otro lado de la calle un pequeño puesto de fruta fresca no solo moría de cansancio tambien de hambre, decidió dejar las maletas en la banqueta por un momento, estarían ahí bajo su mirada, nadie las tomaría mientras ella las vigilaba, miró la calle por ambos lados y camino hacia el puesto. Pidió una manzana, solo una para calmar su apetito, al dar vuelta para regresar al otro lado paso un joven corriendo y tirando una de las maletas a la avenida, por el impacto está se abrió al instante dejando caer vestidos y faldas largas por el asfalto, la chica corrió enseguida a levantar sus cosas pero aquel joven no era un maleducado, regreso al percatarse de su accidente, se acercó a la muchacha poniendo frente a ella los vestidos que faltaba por levantar.

-¿Esto es suyo? -Preguntó apenado el muchacho.

La joven levanto la mirada encontrándose con una mano extendiendo sus vestidos, recorrió con la vista el camino de esa mano; por el brazo, hombro y se encontró con la cara de un muchacho que la miraba con preocupación. Tomo los vestidos y seguidamente el joven volvió a extender la mano, Camila entendió inmediatamente, le estaba ayudando a levantarse, la chica acepto y enseguida sintió como aquel brazo la levantaba del suelo, después levanto la maleta abierta y finalmente la maleta que solo cayó al otro lado de la banqueta.

-¿Está usted bien? Yo solo iba algo de prisa y por eso no me fijé en sus maletas. -De verdad el hombre parecía arrepentido.

-No se preocupe, estoy bien gracias.

-De verdad discúlpeme señorita.

Al mirarla de frente la expresión del muchacho cambió de preocupación a sorpresa, topándose con una piel clara, ojos achocolatados y grandes, una nariz respingada y algunos mechones colorados y ondulados cayendo por la cara de aquella dama, era muy bonita pero tenía rasgos muy diferentes a los de las personas del pueblo. Después de lo que pareció una eternidad el muchacho recobro el sentido.

-¿Se encuentra usted bien? eh...

-¡Héctor! Héctor Rivera. -Respondió inmediatamente y casi gritando.

La joven se percató de que aquel muchacho se impactó un poco al verla y eso para la chica resultó algo vergonzoso, nadie la había mirado así antes por lo que se sonrojo un poco.

-Ah, bien Héctor, que gustó.

-¿Y usted? Señorita...

-Camila Martínez.

La joven estrecho su mano con la de Héctor en señal de presentación.

-¿No es de por aquí verdad? -Pregunto el muchacho curioso.

-Precisamente acabó de llegar al pueblo y me dirigía a mi nuevo hogar. ¿Usted podría orientarme? Estoy buscando San Ángel pero parece que estoy perdida.

-Si sigue caminando en esta dirección probablemente si se perderá pues San Ángel es del otro lado. -Respondió Héctor.

-¿Esta usted seguro? A mí me indicaron que era en dirección a la derecha después de la plaza.

- Si gusta puedo acompañarla hasta la dirección que busca.

-No quiero ser una molestia.

-Descuide, de hecho se lo debo.

Sin más Héctor tomo las maletas de la joven y comenzó a caminar con ella a su lado. No es por nada pero en ese pueblo por no ser de gran tamaño las personas eran muy amables unas con otras ya que casi todos se conocían al menos de vista y Héctor no era la excepción. El se caracterizaba por ser siempre amable y gentil como le había enseñado su madre, por esta razón decido acompañar a Camila, una chica nueva que necesitaba ayuda para no terminar en un monte completamente sola, era casi su deber echarle una mano. Finalmente llegaron a la casa "San Ángel" y efectiva era del lado izquierdo.

-Muchas gracias por haberme traído joven. No sé qué habría hecho sin usted. ¿Como podre pagarle?

-Descuide señorita, fue un placer ayudarle.

- No de verdad, ahora yo le debo algo.

-Enserio que no. -Respondió desinteresado Héctor, y es que realmente se sentía contento de haber ayudado a la pobre muchacha.

-Ahora no lo sé pero le prometo que le regresaré el favor. Tomé.

Camila extendió la mano ofreciendo la roja manzana, Héctor sorprendido y sin querer ofender a la dama la tomo gustoso, tenía bastante hambre tambien.

-Muchas gracias señorita, es muy amable de su parte.

-No agradezca, solidaridad por solidaridad.

-Bueno, es hora de que me vaya, la dejo aquí. -Dijo dejando las maletas frente a la puerta de la casa.

-Cuídese y gracias por todo.

-Tambien usted y espero verla pronto.

Este comentario tomo por sorpresa a Camila por lo que sus mejillas se sonrojaron. Héctor estaba a punto de dar media vuelta para retirarse pero entonces hablo una vez más.

-Ya se como me puede regresar el favor. -Camila lo miró dudosa.

-Solo llámame Héctor ¿De acuerdo? Y hablemos de tu. Espero no te moleste. -Respondió un poco temeroso a la reacción de la dama.

-De acuerdo... Hector.

Una sonrisa se formó en el rostro del muchacho.

-Nos vemos pronto. Camila.

Y así finalmente se retiró al encuentro con su gran amigo. Llevando consigo una nueva experiencia y quizá una nueva amistad.

La Palomita de Santa Cecilia [Fanfic Coco]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora