once

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La noche estaba tan helada que Hyeji se preguntó por qué había accedido a salir. Casi que quería dar media vuelta y envolverse otra vez en las sábanas de su cama, en su calentito dormitorio, pero ya le había dicho a Hoseok que iría y no podía arrepentirse ahora. Además, Namjoon de seguro también estaría allí, lo que hacía que su perspectiva de las cosas mejorase un poco. Si se sentía incómoda, simplemente se pondría de pie a su lado y simularía que el muchacho era una especie de torre vigilancia (con su altura no se le ocurría comparación más cercana a la realidad) tras la cual podría resguardarse.

Le alivió ver que las luces del campus estaban encendidas y que aún había estudiantes dando vueltas por ahí. Hyeji no se asustaba con facilidad. De hecho, era una gran fanática de las películas de terror y de todo anime gore que encontrase en Internet, pero sentía un gran temor por la oscuridad. Sobre todo en lugares públicos, donde no contaba con la seguridad de que nada malo fuese a pasarle. A veces pensaba que su miedo era irracional, que ya estaba grande para temer a los monstruos que se escondían en aquella masa lóbrega, pero la negrura que se cernió sobre ella al acercarse al parque la hizo sentir de repente muy pequeña, como una hormiga.

Evitaba pasar por allí por la noche, y concluyó que tal vez aquel no era el lugar más agradable sobre el que había puesto los pies. Pero había algo que poco a poco, mientras se internaba por los senderos de grava en dirección a la fuente junto a la cual se había encontrado con Namjoon una vez, la hacía sentirse paulatinamente más cómoda. Los faros que la alumbraban no se parecían en nada a los de la universidad, potentes y brillantes. Destilaban una luz amarillenta, opaca, y alrededor de los cristales polvorientos que abrazaban las bombillas Hyeji pudo distinguir más de una polilla. Pero también había voces. Risas. La sombra de algún que otro grupo de jóvenes que sólo estaba tratando de disfrutar la noche de la manera más sencilla. Y a Hyeji se le ocurrió que tal vez ningún lugar es especial por sí sólo, pero su belleza definitivamente podía ser construida lentamente por las memorias allí olvidadas, y por los recuerdos aún vivos.

Incluso ella había tenido un pequeño momento especial en aquel parque sucio y poco cuidado. Y de repente la oscuridad ya no le pareció tan tenebrosa y las siluetas de los árboles, recortadas por los viejos faroles, ya no eran tan malignas. Incluso sonrió un poco, aunque nadie pudiese apreciar su repentina felicidad. Eran instantes como aquellos los que la hacían sentir tan plena y tan cómoda con su soledad.

Cuando a sus oídos llegaron las carcajadas estridentes de Hoseok no le cupo duda que estaba cerca. El grupo se hallaba reunido junto a una de las bancas, iluminada por las luces amarillentas. Pudo distinguir a más personas de las que esperaba que hubiese y se puso un poco nerviosa, pero intentó sacudirse la sensación de encima.

Apuró la marcha y fue capaz de escuchar el leve traqueteo del taco de sus botas al caminar. Ni bien se acercó al resto pudo distinguir sus voces más claramente, y no se asombró al reconocer a Yoongi, que sostenía una lata de cerveza en una mano y gesticulaba acaloradamente con la otra mientras le decía algo a Hoseok. Hyeji asumió que estaba algo mosqueado al principio, pero cuando vio el trazo de una sonrisa formarse en sus labios comprendió que se equivocaba. Probablemente se le había contagiado de Hoseok, que para aquellas alturas ya estaba doblado sobre su estómago.

—...pero escucha, mierda, ¡que no puedes decir estupideces como esas y luego largarte a reír! —se encontraba reprochando el rubio, a pesar de que él también estaba riendo. Hyeji no pensaba preguntar de qué estaban hablando, pero compuso también una sonrisa ladeada. Fue entonces cuando Yoongi se dio cuenta de que estaba allí—. Ah, hola, Hye.

Hyeji alzó la mano y la sacudió a modo de saludo. Luego comenzó a fijarse en el resto de los presentes. Allí estaban también Yeonhee y Boyoung, con las que había hablado antes de abandonar los dormitorios. Ambas se encontraban sentadas en la banca, con los brazos entrelazados y pegadas como lapas en busca de algo de calor en la frialdad de aquellas primeras semanas de invierno. En una esquina, Kim Taehyung le daba alguna que otra calada a un cigarrillo. Hyeji se quedó embobada observando cómo lo envolvía con sus finos dedos y cómo el extremo ardía cada vez que se llenaba los pulmones de humo. Como le había dicho a Namjoon antes, no le agradaba demasiado la idea de fumar, pero Taehyung lo hacía con un cuidado tal que cada uno de sus gestos parecía predeterminado, como si quisiera mostrar algo.

Grafito y tinta » Namjoon;BTSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora