Hogar dulce hogar.

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Mis pasos resonaban por el lugar haciendo eco, recordándome lo solitario que era, las pinturas me devolvían la mirada, los espejos me reflejaban falsamente. Hoy me había levantado temprano, pues quería hacer un par de cosas con Sungyeol aunque aún no sabía cuales. Un suspiro escapó de mis labios lleno de melancolía, hacía días que habíamos vuelto a casa, trabajosamente había logrado volver al instituto, ahora mi plaza como profesor de clase le pertenecía al sustituto, pero dado mi buen desempeño y mi alto nivel académico en la materia me habían ofrecido dar asesorías y hacer trabajos de investigación para crear programas académicos para los alumnos, anteriormente eran pocos los horarios que me daban en clases matutinas y agradecía eso pues me ponía de malas cuando no dormía bien, mi nuevo horario disponía únicamente de estar durante las tardes en la escuela, ventajas de un instituto de tiempo completo.
Caminé por mi hogar, ese que con el trabajo de tantos años había mandado a construir hacia ya más de 150 años para alejarme de una familia a la que nunca me sentí perteneciente, observé el comedor, una mesa larga de seis sillas con un candil en el centro con velas intactas ya que jamás había utilizado ese sitio, sonreí de lado mientras negaba, sacudiendo mis oscuros cabellos mientras jugaba con mis dedos sobre el mantel blanco.

-Quizá... Podría estrenarlo.

Murmuré con levedad, pensando por un par de minutos mientras sentía la ansiedad recorrerme, por primera vez en mi vida sentía que se me acababa el tiempo cuando lo que me había sobrado siempre, era eso. Chasque la lengua y caminé a mi estudio, admire la estructura del lugar, el color de mis muebles, mi colección de libros, sonreí y tomé de mi escritorio una llave dorada, yendo enseguida hacia una habitación que se encontraba cerca del ascensor viejo que tenía en un rincón de la casa, abrí la puerta y me adentré en esta, observando las paredes oscuras y los gabinetes con estantes forrados de terciopelo rojo y acolchonado, en cada uno mechones de cabello de distintos colores y tamaños junto a un pequeño papel blanco pegado en el mismo en el cual se encontraba el nombre y el año de la victima, ¿retorcido no?, el ultimo añadido a mi colección era un mechón de cabello morado que había conseguido en la morgue cuando Sungyeol me llevó a la estación, esperé ese día y sigilosamente entré al lugar cuando Sungyeol me había dejado la puerta abierta, aunque claro él no sabía que la había abierto para mí, aquel día no había podido evitar robar un par de caricias de su cuerpo sin llegar a abusar de él, yo no era así.

-Quizá, debería salir de la rutina.

•~•

Sungyeol abrió la puerta, abriendo sus ojos como platos al mirarme, mentiría si dijera que me sentía cómodo, yo siempre vestía de casi la misma forma a excepción de un par de chaquetas de cuero, eran buenas para la lluvia pues realmente odiaba mojarme.

-¿Tenis?, ¿camisa de cuadros?

Murmuró incrédulo mientras me miraba fijamente, sonriendo de oreja a oreja mientras negaba.

-Quise, intentar modernizarme, ¿me veo mal?

-¡Oh no te ves estupendo!

Dijo emocionado mientras me comía con la mirada, haciéndome sonreír por ello mientras observaba ahora el pequeño ramo de tulipanes en mi mano derecha.

-¿Son para mí?

-Lo son, jamás te he dado flores, y te las mereces Yeol.

Las acerqué a él con una sonrisa en mis labiales mientras intentaba mostrar aquellos hoyuelos, herencia de mi madre.

-Son preciosas, y son de muchos colores.

-Las Flores son preciosas, son la belleza pura, siempre he creído que son la máxima expresión de hermosura en el mundo... y qué no hay mejor forma de expresar el amor que regalando flores, a la antigua, como antes.

Neblina. (Myungyeol)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora