Veintisiete.

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Mis piernas tiritan y siento que vomitaré en cualquier momento.

—¿Hola? —le pregunto —, ¡¿es la única cosa qué se te ocurre decir después de desaparecer durante años?!

—¡No le grites! —veo a mi hermana caminar hacia mí —. No está en condiciones de hablar.

—Tú mamá está embarazada —suelta sin más mi papá —.Tú mamá no tiene dónde quedarse y necesita nuestra ayuda.

—¿Nuestra ayuda?. Suena a muchos y yo no pienso ni mover un dedo por ella. Jamás nos ayudó, ni capaz fue de dar al menos un apoyo emocional.

—Yo no quiero molestar, si quieren que me vaya, puedo irme —se victimiza.

—No te preocupes —dice mi papá en dirección a esa mujer —. Nadie se irá de la casa.

—Yo si me voy, no pienso vivir ni a palos en el mismo techo que tú —la miro y la rabia me consume.

Subo las escaleras para llegar a mi pieza.

Mí papá puede que crea que no me iré, pero ahora es la definitiva. Siempre que peleamos digo que me voy, y lo único que hago es encerrarme en mi pieza, pero ahora no, no iba a vivir bajo el mismo techo que esa mujer.

Hago un bolso, mejor dicho tres, para llevarme mis cosas.

Dejo mi pieza con llave, ya que conociendo a esa mujer, es capaz de robarme mis cosas para irse con algún que otro hueón.

Llamo por décima vez al Mati, pero el hueón aún no contesta, quizás aún no ha llegado a su casa.

Mi única opción era que el Mati me diera algo de alojo por un tiempo muy breve.

Bajo con mis cosas, los bolsos pesan más que yo.

Cuando bajo están todos cómo una supuesta familia feliz, olvidando todo.

—¿Dónde vas? —pregunta mi papá al verme cargar los bolsos.

—Les dije que me iba a ir de la casa —busco mis llaves y las saco de mi bolsillo —. Aquí están las llaves de la casa, gracias por todo, papá. Me avisan cuando ella les robe todo —dejo las llaves en la mesa —. Cuándo ella se vaya, volveré. Antes no.

—María Jesús  —dice mi papá —, no tienes que actuar de esta manera tan inmadura.

Abro la puerta de la casa para poder irme.

—Sólo falta que te diga que ese niño que espera es tuyo —me río de manera sarcástica.

Mi papá agacha la cabeza y decide no mirarme a la cara. Su reacción hace que se me salga el alma del cuerpo.

—No se han visto en años, ¿o no, papá? —pregunto —¿Papá? —la inquietud me mata —. Por favor di que no es tuyo esa guagua.

—Te lo íbamos a decir —dice mi hermana  —, pero nunca encontramos el momento.

Me siento traicionada.

Decido no seguir ahí y llamo a un uber para que me venga a buscar.

Llego a la casa del Mati.

Que vergüenza llegar aquí, pero dadas las circunstancias, mucha opción no tenía.

Toco el timbre.

Nadie pesca, vuelvo a tocar.

Toco diez veces más.

Sale el Ignacio.

Conchetumare, ¿por qué tenía que salir justo él?, tengo los ojos hinchados por llorar, literal lloré a lo María Magdalena en todo el camino.

Cabro Culiao. [EDITANDO] *faltan capítulos*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora