Twenty.

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Pasaron dos maravillosos días a tu lado, había conocido más facetas de ti. Vi tu rostro al comer un limón entero o al probar por primera vez el vino. Te vi durmiendo pacíficamente sobre mi pecho y te vi bailar frente al sofá.

Tuve dos días enteros para admirar tu belleza centímetro por centímetro sin perder detalle alguno. Me di cuenta por primera vez de la constelación de lunares en du espalda y de la marca de nacimiento en tu nuca. Noté que tenías agujeros en las orejas para aretes, sin embargo nunca usabas.

Había barrido con mi mirada todo tu ser y aún así sentía que no te conocía ni siquiera un poco. No podía negar que examinarte con tanta cautela me había hecho quedar más maravillado aún.

Subiste al auto con tu camisa blanca y tus jeans azules. Arranqué camino a casa y al poco tiempo pediste que me detuviese en un museo.

Entraste fascinada y comenzaste a gritar de emoción, te tapé la boca sorprendido de que nadie te oyese.

-Preciosa, no puedes gritar.-susurré.

-Y tampoco puedo hacer esto.-corriste lejos de mi hasta otro cuarto de exhibición entre las rubias personas. Te alcancé lo más rápido que pude sin correr.

-____, Dios mío. Baja.-susurré mientras te veía subir a una estatua de un hombre hecha de mármol.

Sonreíste divertida y besaste la estatua mientras levantabas un pie, el guardia no dijo absolutamente nada y yo no pude contener la risa, inmediatamente la gente me silenció y tu bajaste.

-Dios, estás demente.-dije entre risas.

-Lo tomaré como un cumplido.-dijiste guiñando un ojo.

Seguimos hablando durante todo el recorrido, sentía como si la gente nos mirase pero decidí dejarlo pasar hasta que la voz de un pequeño niño me desconcertó.

-Mami,-dijo el pequeño niño rubio.-¿Por qué habla solo?-preguntó señalándome y su madre sólo lo jaló de la mano llevándolo lejos.

Miré a mi alrededor, toda la gente me miraba con burla o pena, me giré y te vi con tus ojos llorosos jugando con tus manos.

-Vámonos, Chandler.-dijiste con la voz rota mientras jalabas de mi mano pero yo permanecí inmóvil.-Por favor, Chan.-rogaste jalando con más fuerza.-La gente es mala aquí no los escuches.

Traté de moverme pero mi cuerpo parecía negarse ante mis intentos, ¿Qué estaba pasando?

-Te amo, Chandler.-dijiste tomando mis mejillas entre tus manos.-Por favor vámonos.

Te miré, estabas repleta de miedo y yo no podía verte sufrir, dependía de tu felicidad para vivir. Corrí tomando tu mano hasta el auto, subimos y arranqué con fuerza mientras tu sollozabas pidiéndome que no escuchase a la gente.

Tenía miedo de que mi imaginación te hubiese creado, eras demasiado perfecta. Temía estar enloqueciendo, temía ser adicto a algo inexistente.

Temía que no existieses.

Cariño, dime qué eres real.

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Maratón 5/5
Ups.

Cold hands. (C.R) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora