Al limite de la resistencia

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Loris 


Las mejillas de Alisha se vuelven de un tono rosado que retuerce mis pensamientos en todo tipo de formas prohibidas. No sé lo que me pasa. Acabo de conocer a esta mujer. Es una de mis estudiantes, no una chica de fraternidad. Pero he estado teniendo problemas fisgándola con mis ojos desde el momento en que la vi. Es muy linda, con el pelo corto y de color marrón, grandes ojos verdes y un cuerpo proporcionado, por no hablar de la delicada labor de tinta de un tatuaje en su muñeca. Quiero deslizar su manga y ver lo que dice. Pero hay algo herido sobre ella, también, algo que me advierte no acercarme. Cuando la hallé aquí, en mi espacio, sin embargo, mirando a mi último fracaso como si quisiera pasarle sus manos, me hizo sentir nervioso y tenso. Y también, al parecer, como un idiota.

—Podrías haber dicho desde el principio que este es tu espacio —dice ella—. No era necesario el juego. —Entonces vuelve junto al hombre que había asumido era su novio hasta que vi la forma en que miraba a Roman  cuando entré hace un segundo.

—Oye, espera —digo en voz alta, sobre los hombros de Burki, quien está con el ceño fruncido. Vi cómo él la miraba, y eso significa que debo retroceder, pero no puedo—. Ali.

Se detiene a medio camino de su amigo, quien me da una mirada de advertencia; sus ojos destellan con actitud protectora de hermano mayor.

—¿Qué?

Corro hacia ella, deseando que estuviésemos solos. —Me alegra que te haya gustado.

Su postura se derrite un poco. —No lo desperdicies. Es exquisito.

Siento sus palabras en mi interior, más adentro de lo debido. —Yo estaba... experimentando con algo —murmuro—. Nunca sé lo que va a salir bien.

Vertí mi alma en ese lienzo. Y ella lo vio. Quería tocarlo.

Su sonrisa es tenue pero dulce. —Está funcionando. Sigue con ello.

—Sabes mucho más acerca de pintura que un principiante. —Lo sabía desde el momento en que vi su caja de herramientas abollada. No es como esas mujeres de la planta baja, que difunden la voz a sus amigas y vienen los martes por la noche para mirarme el trasero, como si yo fuera la atracción en lugar de la pintura, de crear algo a partir de pigmentos y el lienzo. Pero ella ... la forma en que miró a sus pinturas y pinceles... era como si fueran un medio para la salvación, y lo entiendo totalmente.

Ella se aleja de mí. —Sé lo que me gusta.

Dios, la inclinación de su cuello me da ganas de cerrar los dientes a su alrededor. ¿Qué demonios? —Tenemos un espacio de pintura libre los miércoles. No hay ninguna clase, solo una oportunidad para las personas de tomar un caballete libre... —Sueno como un idiota.

Y Román  me salva. —Es un buen momento, sin presión. Si quieren venir y recibir algunos consejos, trabajar en la técnica o lo que sea.

Erik pone su brazo sobre los hombros de Alisha. —Gracias. —La mira, pasando los dedos sobre su nuca, el lugar que me imaginaba degustar hace un segundo. Pero su expresión es de preocupación, no de lujuria—. ¿Estás lista para irnos?

Ella asiente. No mira hacia atrás. Caminan juntos a las escaleras y desaparecen.

—Es mía, amigo —me dice Román—. Retrocede.

—¿Qué?

—Ella. Yo la vi primero.

—No lo hiciste. —Mis manos se convierten en puños mientras me doy cuenta de lo estúpidos que sonamos. Como si estuviésemos peleando por un juguete—. Ella tiene una historia, hombre. Déjala en paz. No ha venido aquí para eso.

Por amor al arte Loris KariusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora