Alisha
Termino de empacar y pongo la maleta junto a la puerta. Me voy mañana a primera hora, y no quiero estar metiendo cosas en la bolsa en el último minuto. Me doy una ducha, me visto con un pijama cómodo y calentito, y meto en el microondas una bolsa de palomitas. Loris dijo que se pasaría esta noche, por lo que tengo un par de horas hasta que...
Alguien llama. Me asomo por la mirilla y mi corazón se acelera al instante. Con manos temblorosas, abro mi puerta. Su pelo rubio está hacia atrás, con húmedos copos de nieve aún fusionándose entre mechones. Me mira de arriba abajo mientras recuerdo que llevo un pijama que me hace parecer como si tuviera diez años. Había planeado cambiarme antes de que llegara.
—Sé que llego pronto —dice—. ¿Pero puedo entrar?
Abro la puerta totalmente. No sé qué decir. Hay tantas cosas que están obstruyendo mis pensamientos: alegrías, deseos, amor feroz y una tristeza penetrante. Se queda junto a la mesa de la cocina, su mirada persistiendo en mi maleta. —¿Quieres... un poco de agua o algo? —pregunto.
—No. —Sus ojos me están devorando—. ¿Cómo fue la acusación?
—Corta. Se declaró culpable después de que Marc mostrara al abogado de Kevin imágenes de vigilancia donde él golpeaba mi coche. No tengo ni idea de cómo se las arregló Marc para conseguirlas, ocurrió ayer.
La mano de Loris se aprieta sobre el respaldo de una de mis sillas. —¿Está Kevin en libertad bajo fianza o algo así?
Niego. —El juez le encerró treinta días por desacato criminal.
—¿Eso es todo? —Su mandíbula se tensa.
—Es todo lo que pueden hacer. Pero la orden de protección personal se aceptará cuando salga, y si lo hace de nuevo, obtendrá una condena mucho más larga.
Deja escapar un suspiro, aún pareciendo infeliz. —Te estaba siguiendo, ¿verdad? ¿Por qué no me lo dijiste?
Me froto los brazos, luchando contra el frío que viene con el recuerdo de ver el destello del sol de invierno sobre el capó rojo del coche de Kevin. —Loris, has estado tratando con mucho...
—¿Tienes alguna idea de lo que me hubiera hecho si te llegara a hacer daño?
La tengo, solo porque recuerdo esa rabia protectora que sentí la noche en que Loris fue herido gravemente. —No pensé en eso —admito—. No quería que te preocuparas por nada.
Sus ojos se agrandan. —¿Nada? He visto lo que puede hacer ese tipo. Sé lo peligroso que es. Y has estado tratando con él desde... ¿hace cuanto, Aly?, ¿desde la cena? ¿Antes?
Me giro, necesitando escapar del borde áspero en su voz. —No quiero discutir contigo —digo, mi voz rompiéndose.
Me toca el brazo. —Lo siento —dice, y el borde ha desaparecido—. Yo... necesito que me ayudes a aclarar algo.
—Vale.
—Y necesito que seas honesta.
—Está bien.
—Dijiste que te ibas, y asumo que eso significa que no me voy contigo. —Se queda en silencio durante unos segundos—. ¿Has estado replanteándote las cosas sobre... nosotros?
Me vuelvo hacia él. —Sí.
Traga. —¿Y eso fue porque tú... porque yo...? —Sus puños se aprietan, y me da ganas de besarle ver cuán duro trata de encontrar sus palabras—. ¿Te avergüenzas de estar conmigo? Sé que mi vida es un desastre, y...
—¿Qué? —Me río—. No. —Está haciendo que el ser honesta sea fácil. Siempre me ha emocionado estar a su lado.
—Pero no crees que sea lo suficientemente fuerte como para estar ahí para ti. Para darte lo que necesitas.