Alisha
Un minuto más de esta película y voy a arañar mis propios ojos. Hay poco diálogo, y lo que se dice está en islandés, y se esfuerza demasiado por ser artístico, pero para mí solo se ve cursi. —Marc, me voy —susurro—. Me reuniré con ustedes al frente cuando se acabe, ¿de acuerdo?
Me mira. —¿Qué ocurre?
—Esto no es para mí, por desgracia. Pero estoy bien. Los veo en un rato.
Erik se inclina alrededor de Marc. —¿Quieres que vaya contigo?
Niego con la cabeza. Su mano está entrelaza con la de Marc, y creo que podría venirles bien el tiempo a solas. Siempre me están invitando a lugares, pero el ser la tercera rueda ya me está cansando. Me pongo de pie y bordeo el camino hacia el pasillo, tratando de no tropezar. El festival de cine atrae a cientos, quizá miles, cada año, pero las películas son impredecibles. Cuando llego al vestíbulo me siento como si estuviera a la superficie después de mucho tiempo bajo el agua.
El chico en el mostrador de boletos me da una mirada. —Más personas han abandonado esa película más que cualquier otra.
—No voy a pedir mi dinero. No se preocupe.
Se ve aliviado. —Gracias. Y lo siento.
—¿Cuándo se terminará?
Mira su reloj. —En unos noventa minutos. Es muy larga.
Buen Dios. Me alegro de haberme ido. Le doy las gracias y me dirijo hacia la puerta. El aire de la noche es estimulante. Camino con energía por la calle, disfrutando de las vitrinas, en dirección al parque a pocas cuadras, donde puedo sentarme frente al agua y disfrutar del sonido de las olas chocando contra los muros de contención. Al pasar la farmacia, un hombre alto usando un gorro y llevando una bolsita de plástico sale a zancadas, haciendo que la campana repiquetee en la puerta de vidrio, ya que se cierra detrás de él. Y cuando veo su rostro de perfil...
—¿Loris?
Se da vuelta rápidamente y sus ojos se agrandaban cuando me ve. Su puño se aprieta sobre la bolsa de plástico. —Aly. Hola. Yo... hola.
—Hola —digo con una sonrisa—. ¿Cómo estás?
Su expresión de sorpresa se ablanda un poco. —Estoy bien. —Mira por encima del hombro y frunce el ceño—. ¿Estás sola?
—Dejé a unos amigos en el festival de cine. —Arrugo mi nariz.
—¿Estás escapando de la película o de la compañía? —pregunta. Mete la bolsa de plástico en el bolsillo de su chaqueta.
—Oh, la película. Se llama Sorg.
—¿Qué? —pregunta, con los labios curvados hacia arriba—. Parece una mala de ciencia ficción.
Su mirada perpleja es absolutamente adorable, y me encuentro con una sonrisa. —Creo que Sorg se traduce a intentarlo demasiado del islandés.
Resopla. —Así que huiste de la sala de cine para pasear por las calles.
—Solo por otros noventa minutos.
Saca su teléfono y comprueba la hora. —Es casi medianoche. ¿Segura que es seguro?
Me froto los brazos, de repente con frío. —Supongo... tal vez no.
Su mirada permanece en mi cara. Tan intensa que puedo sentirla. —Puedo hacerte compañía durante un rato. Si quieres.
¿Habla en serio? ¿En serio quiere, o simplemente está siendo amable? Porque debe ser esta última, hago un ademan de despedida. —No pasa nada. Estoy segura de que tienes un lugar donde estar.