Parece que ningun esfuerzo vale la pena

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Loris

Una mirada a Alisha me dice que más o menos me odia. Me paso toda la clase esperando que me mire. No lo hace. Ni siquiera una vez. Cuando la clase termina, recoge sus cosas y se va sin mirar atrás.

Debería estar aliviado. En su lugar, me siento abatido. He pasado los últimos dos días tratando de descifrar lo que quería decirle, y por fin lo había decidido: ¿Podemos tomar un café en algún momento? Quiero conocerte.

Llegué hasta ahí, pero me imaginé que luego avanzaríamos. Dejé que mis instintos se imponga sobre mí el domingo, pero esperaba que pudiera rebobinar, porque Alisha es la primera persona, que he conocido en un largo tiempo, que en verdad pareció preocuparse por... mí, supongo. Al menos por un momento. Si me hubiera sentado y hablado con ella en vez de besarla y tocarla, tal vez estaríamos en camino a ser amigos. Tal vez incluso algo más.

Otro remordimiento que añadir a la pila montañosa.

Me retiro a mi estudio tan pronto como la clase ha terminado. Pasé la mitad del día de ayer limpiando después del desastre que hice el domingo. Mis dos pinturas arruinadas posan en la esquina, de cara a la pared. No puedo mirarlas ahora. Pero me alegro de que me impidiera destruir varias de ellas. Quería darle las gracias por eso, pero estoy pensando que no voy a tener la oportunidad.

—Escuché rumores de que le diste a Cecilia un espectáculo privado.

Levanto la cabeza. —¿Se lo está diciendo a la gente?

El ceño de Burki se frunce. —Por supuesto que sí. Te reclamó primero. Hace uso de sus derechos.

Maldigo y caigo en cuclillas; un pensamiento horrible de repente se me ocurre. ¿Qué pasa si Aly oyó los rumores? ¿Y si los descubrió? —¿Por qué no puede tratarse solo acerca de la pintura? —digo estúpidamente.

Para su crédito, Román no se ríe. Se une a mí en el suelo y se sienta con los brazos holgadamente alrededor de sus rodillas. —¿Porque somos hermosos jóvenes sementales que pueden funcionar toda la noche sin cansarse? —Cuando ni siquiera esbozo una sonrisa, me lanza un pincel roto que rebota en mi hombro—. Oye, no siempre será así, y comprarán algunas de tus pinturas. Después de un par de veces con Cecilia, ella compró tres de las mías, ¿recuerdas?

Asiento, pero todo esto es tan patético. —¿Cómo lo haces sin sentirte sucio?

Resopla. —Siempre has sido un alma sensible, hermano. Yo no lo soy. Tienen cuerpos bonitos y huelen bien, cuando se acaba, me dejan en paz y tengo dinero en mi bolsillo. No hay nada sucio en eso. Y si lo hubiera, compraría un poco de jabón y seguiría adelante.

—Lo haces sonar tan fácil. —Me levanto y empiezo a añadir pintura a mi paleta. Tengo una larga noche por delante.

Mientras trabajo, Román juega con el borde de mi lienzo y saca mi bloc de dibujos. Un momento después, se ríe. —Ahora, tu aprensión respecto a Cecilia no tendrá nada que ver con esto, ¿verdad? —Voltea el bloc y lo sostiene en alto.

Miro hacia atrás, está Aly. El boceto que hice la semana pasada. Sus sombríos ojos verdes son la única mancha de color en la representación con carboncillo. La pendiente de su cuello... Recuerdo cómo se sentía entre mis dientes.

—Ella tiene una historia —recita, imitando mis palabras para él—. Déjala en paz.

—Lo intenté —murmuro.

—Me doy cuenta que usaste tiempo pasado. —Se pone de pie y habla en voz baja—. ¿Sucedió algo?

—No has hablado con Marco, ¿cierto?

Por amor al arte Loris KariusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora