Loris¿Por qué las cosas se ponen más difíciles justo cuando las necesito simples? ¿Por qué la vida siempre es así? Me acuesto en mi cama y me quedo mirando el techo agrietado. Llegué a casa de donde Cecilia después de las tres, y apenas he dormido. Tomé una muy, muy larga ducha y luego permanecí despierto, estremeciéndome cada vez que los resortes del colchón de Scar chillaban.
Debería estar feliz. Hice mi parte esta noche. Cuando dejé a Cecilia, ella tenía una somnolienta y media borracha sonrisa de satisfacción en su rostro, y yo tenía doscientos euros en el bolsillo. Un pago, susurró ella. Así podría empezar a trabajar para la comisión.
Sí. Correcto. Soy un maldito prostituto, no importa como lo llamó ella. Presiono los nudillos sobre mis ojos y aprieto los dientes. ¿Qué pasa si voy a mi camioneta y comienzo a conducir? ¿Hasta dónde puedo llegar con doscientos euros?
Me siento y aparto esos pensamientos. No hice eso por mí. Si hubiera estado haciendo algo por mí, me habría quedado junto a Aly en ese banco. Tal vez saboreando su boca, tal vez invitándola a salir, tal vez tratando de averiguar algo de su historia. Pero mi hermana me necesitaba, y luego estaba la misma Aly. No era justo tratar de acercarme a ella, no mientras me revolcaba con otra por dinero sucio.
—Maldita sea —murmuro, lanzando mi sábana a un lado—. También podría pararme en la esquina de una maldita calle.
Tomo otra ducha, poniendo el agua lo más caliente que aguanto. Froto mi piel enrojecida con la toalla, y luego me pongo una camisa y pantalones vaqueros.
Samantha nos está esperando al mediodía, y Scar probablemente está dormida. Voy por el pasillo y llamo a su puerta.
—¿Qué quieres? —espeta, atontada.
—Voy donde Samantha. ¿Aún quieres venir?
—Tengo que tomar una ducha.
—Voy a esperarte.
La cama cruje mientras ella se levanta, y hago una mueca de disgusto. Odio ese sonido. Me recuerdo a mí mismo aplicar aceite en algún momento mientras ella esté en el trabajo. La puerta se abre y mi hermana está delante de mí. Por un momento, pierdo diez años, y toco su cabello despeinado como solía hacerlo. Se aleja, con el ceño fruncido. —¿Qué te pasa?
—Lo siento —le digo, volviendo a mí mismo—. Tenías una... pelusa en el cabello.
Ella arrastra los dedos sobre su cabeza. —Dame treinta minutos.
—No hay problema. —Me dirijo a la cocina y me preparo un poco de café fuerte, repasando mentalmente lo que voy a decirle a Samantha. Ella es también su hermana. No necesitamos mucho. Solo unos pocos cientos de euros. Eso significaría mucho.
Si Samantha me daría un poco más, si pudiera cubrir algunos de los gastos médicos, tal vez podría salir de esta cosa con Cecilia. Tal vez podría pedirle que siga con lo profesional. Tal vez me compraría un cuadro sin todo lo demás. Tal vez podría recuperar el poco auto-respeto que merezco y olvidar que la noche anterior pasó.
Scar sale de la ducha, mientras unto mantequilla a mi tostada. —Estoy lista —dice—. ¿Crees que ella tenga comida decente ahí?
Le doy un bocado al pan tostado. —¿Has comido algo con tus medicamentos de la mañana? —Echo un vistazo a su organizador de medicinas. Al comienzo de cada semana, la lleno con las pastillas que toma cada día, en la mañana y en la noche, con la intención de mantenerla a flote. Me quedo con el resto bajo llave para que no sufra una sobredosis. La llevamos de nuevo al psiquiatra el viernes por la mañana, y agregamos una de color rosa a la lista. Seroquel. Él dijo que ayudaría. Aún no estoy seguro. Incluso parece más loca lo habitual.