LorisHan pasado años desde que le conté a alguien, y mientras me derrumbo, recuerdo porqué nunca hablo de ello. Los últimos diez años se enredan sobre mí como una red que me arrastra tan profundo en el agua que no puedo respirar ni moverme. Estoy paralizado. Es tan enorme que no puedo luchar contra ello. Lo único que puedo hacer es llorar, porque duele demasiado, todas las cosas que perdí, todas las formas en las que fallé, todas las personas que nunca me perdonarán.
Mi cabeza está girando. No hay arriba ni abajo. Estoy demasiado ebrio para detener los recuerdos que se arrastran sobre mí. Se filtran a través de las grietas de mis paredes, e inundan cada lugar seco y seguro, empapándome, ahogándome.
El puño de Horace golpea fuerte contra mis costillas. Sus dedos carnosos en mi pelo. Su aliento en mi oído. Sus palabras. Te mataré. Mataré a Scar. Los aventare a los dos en el rio donde nadie nunca los encontrará. Si le dices a una sola persona, lo sabré.
Recuerdo el olor de mi propio miedo. Y siento la vergüenza de dejar que ese terror me detuviera de hacer lo correcto. Demasiado tarde. Esa es la manera de Scar de decirme que es mi culpa.Y está en lo correcto.
Aly mueve sus dedos en mi cabello, su palma presionada contra mi cuero cabelludo como si intentara eliminar el horror de mi cabeza. Envuelvo mis brazos alrededor de su cuerpo y me aferro a ella, necesitando un ancla, algo que evite que me pierda por siempre. —Oye—susurra—, siento tanto que te haya pasado eso.
Aprieto los dientes mientras otra ola me golpea. Mi primera visita a Scar después de que nos sacaran de la casa los trabajadores de bienestar infantil. Nos encontrábamos en una sala de juegos con muchos juguetes y juegos de mesa para niños más pequeños. —Te odio por mentir —siseó, con lágrimas rodando por su rostro—. Él no hizo nada.
—Lo hizo —dije—. Sé que lo hizo. —En sus ojos vi un destello de dolor.
—Diles lo que en verdad pasó, Scar. Por favor. Lo mandarán a prisión y podremos ir de vuelta con mamá
—¡Tú deberías estar en prisión!
—¡Quería salvarte!
Sus ojos brillaban con lágrimas. —Demasiado tarde. —Fue la primera vez que me lo dijo. El único reconocimiento que alguna vez he tenido de que ella sabe la verdad, no importa lo mucho que lo niegue.
Me encojo por el recuerdo; esas palabras me golpean como cuchillos, como siempre lo han hecho. Los brazos de Aly se vuelven cables de acero alrededor de mí. Presiona su mejilla contra mi frente. —Estoy aquí —me dice.
Pero yo no estoy aquí. Estoy con mi madre, y ella está llorando. ¿Por qué mentiste, Loris? ¿Cómo pudiste hacerle eso a Horace? ¿A nosotros?
—Lo siento —le digo.
—No tienes por qué estar arrepentido —responde Aly, recordándome donde estoy.
Mis dedos se cierran en puños en su espalda. Debo estarla lastimando. Es un vago pensamiento, como si estuviera saliendo de mí. Intento apartarme, pero ella no me deja ir y no lucho muy fuerte. Estoy demasiado inestable, y la necesito aquí. No creo sobrevivir si ella me deja ahora.
—Has pintado todas las cosas que no podías decir —murmura—. O todas las cosas que trataste de decir, las cosas que ellos no podían oír.
En dos oraciones, ha dicho la verdad de mi existencia. Es aterrorizante. Ha mirado mis pinturas. Al igual que mucha gente. Pero a diferencia de los demás, ella las ve en realidad.
—Después de todos estos años, aún estás tratando de decir la verdad.
—Tú me ofuscas, Aly —digo, tan bajo que estoy seguro de que no me escuchó. Me enredas tan fuerte. No puedo no escuchar las cosas que dices. O tal vez me desenreda. Me abre y resuelve el desastre dentro de mí. Así es como se siente.