AlishaEl año pasado, estaba rota. Desarmándome poco a poco, día a día, hasta que lo único que quedaba era una cáscara frágil. No era ni siquiera consciente de lo que hacía hasta que fue casi demasiado tarde. Pensé que estaba enamorada. Pensé que podría cambiar —ser más bonita, más atractiva— y que eso podría mejorarlo. Hizo falta un ojo negro y un labio hinchado para despertarme.
Este semestre, estoy recuperándome a mí misma pieza a pieza.
Erik desliza su brazo por el mío. La temprana briza de otoño alborota su cabello, y las esquinas de sus ojos se arrugan mientras sonríe. Viste una desgastada franela sobre una andrajosa camiseta, tan diferente de su usual e impecable estilo. Entrelazo mis dedos con los suyos y los aprieto. —Eres el mejor amigo —le susurro mientras nos dirigimos por la acera hacia nuestro destino. Mi caja de herramientas se siente pesada y extraña en mi agarre, y mi palma está sudorosa alrededor del mango.
—Lo sé —dice con gentil humor—. Me alegra que hayas decidido hacer esto. Pienso que es exactamente lo que necesitas.
Mientras nos acercábamos a la entrada de este antiguo multi/histórico edificio, alejo la burlona voz de Kevin que susurra: Estás perdiendo el tiempo... eso parece algo que dibujaría un niño de cinco años...Escapé de él a finales de enero, pero seguía en mi cabeza algunas veces.
Erik sostiene la puerta y me conduce al interior del edificio. A ambos lados del pasillo están las salas enumeradas, y delante de nosotros hay una escalera. Un cartel nos indica que los estudios de los artistas están arriba. El olor a alcohol mineral está en el aire, y lo inhalo ansiosamente mientras Erik arruga la nariz. —Siento las células de mi cerebro muriendo —murmura, luego mira nerviosamente dentro del salón, donde varias personas han reclamado caballetes y están esperando a que llegue el profesor—. No he pintado desde mi clase de arte en la secundaria. Sonrío a su repentina inseguridad. —Esto es una clase de principiantes, así que creo que estarás en buena compañía.
Las escaleras crujen y vemos a un chico bajar los escalones. Parece estar a mediados de sus veinte, tal vez unos cuantos años mayor que yo, y se mueve con la descuidada gracia de un atleta.
—Santo ángel —respira Erik, imitando mis pensamientos perfectamente. No es que esté al acecho, pero en esta vida, hay verdaderos objetivos, y el atractivo de este chico es uno de ellos. Sus vaqueros cuelgan de sus delgadas caderas y están manchados con pintura. Una similar decolorada camiseta se aferra a su constitución, y hay una mancha de azul en su musculoso brazo. Tiene un mentón pronunciado, cabello rubio, pero alejó un poco de él de su cara en una parcial cola de caballo en la parte posterior de su cabeza. Y eso nos da una vista perfecta de sus ojos de lobo, que se deslizan sobre nosotros con un leve interés mientras desciende las escaleras y camina hacia nosotros.
—¿Están aquí por mi clase? —pregunta, asintiendo hacia el salón. Oh, Dios mío. Él es el profesor.
—Absolutamente —dice Erik rápidamente, con reciente entusiasmo, y no puedo contener mi risa.
—Vayan adentro y agarren un caballete. Comenzaremos en unos minutos. Soy Loris —dice, tendiendo una mano a Erik, quien la sacude y se presenta a sí mismo.
Loris vuelve su mirada hacia mí y me ofrece su mano. —Alisha—digo y la tomo, con mi corazón latiendo un poco más rápido cuando mi piel toca la suya.
Él la suelta primero. —¿Han pintado antes? —pregunta suavemente, dándole a mi caja de herramientas una mirada inquisitiva.
—Un poco. —Es una mentira. Me especialicé en arte en la universidad, y pintar era mi pasión. Hasta el año pasado. Era apasionada en un montón de cosas hasta el año pasado, en realidad.