Loris
Despierto ante el sonido del agua de la ducha fluyendo. Me acuesto muy quieto, tratando de reunir mi lucidez, lo cual no es fácil debido al dolor royendo. Me encuentro en mi cama. Sin camiseta, solo en un par de pantalones de deporte. Tomo una respiración y hago una mueca, luego miro abajo para ver el moretón púrpura-rojo del tamaño de un puño en mi costado izquierdo. Todo me duele. Me siento como si hubiera sido arrojado de un edificio y aplastado en la acera.
La ducha se apaga. Necesito levantarme y asegurarme que Scar ha tomado sus medicinas. Gruñendo, me elevo en un codo y alcanzo mi teléfono. Qué demonios. Ya es mediodía.
La puerta del baño chilla mientras se abre, y luego escucho los armarios golpeteando en la cocina y el grifo funcionando. Un par de segundos después, Aly aparece en mi puerta de entrada, agarrando una bolsa llena de cubos de hielos, una toalla, un vaso con agua y un frasco con píldoras. Entorno los ojos hacia ella, rogando no estar alucinando. Su cabello está húmedo y despeinado. Está usando una de mis camisetas, la cual llega hasta sus muslos. Jalo la sábana sobre mí en un intento de ocultar mi creciente erección.
—Tenemos que poner algo frío en tu tobillo otra vez —dice—, y puedes tomar otra de estas. —Coloca el hielo y la toalla al final de la cama y sacude el frasco de píldoras.
—¿Scar? —gruño.
—¿Recuerdas algo?
Caigo atrás sobre las almohadas. —Es un poquito confuso —admito.
—Va a pasar el día en lo de Sam. Me aseguré de que tuviera sus medicinas y un cambio de ropa, y le di a todos los números de emergencia en caso de que entre en crisis. —Me entrega el vaso con agua y me da una píldora—. Traerá a Scarlett mañana a la mañana.
—¿Ella está bien? —pregunto después de haber tragado.
Aly me da una mirada que no puedo comprender por completo. Se sienta en el borde de la cama y descubre mis pies. —Está bien, Loris. Estaba asustada y creo que sabe que lo arruinó, pero aparte de eso, no estaba herida. —Asiente—. No como tú lo estabas —murmura.
Con cuidado levanta mi tobillo derecho y desliza una almohada debajo de mi pie. Aprieto los dientes para evitar gruñir de nuevo. Envuelve el hielo en la toalla, la posa sobre mi tobillo y luego se arrastra arriba y se acuesta junto a mí. —Sam sabe como localizarte si lo necesitara. No tienes que preocuparte. —Sus dedos rozan ligeramente a lo largo de mi frente, apartando el cabello de mi rostro.
—Gracias —susurro, cerrando los ojos con fuerza. Está sucediendo otra vez. Su ternura está despegando todas mis capas externas, y es bueno, pero casi duele.
—El ibuprofeno debería hacer efecto pronto y necesitas dormir más. —Besa un lugar sobre mi ceja, y me estiro por ella, deslizando mis dedos a través de su cabello húmedo.
—Podría ir... —comienza.
—No puedes irte a menos que quieras que vaya contigo —digo—. Hasta que tengas esa orden de restricción, y quizás incluso después, tienes que ser muy cuidadosa, Aly.
Se ríe. —Iba a decir que podría ir a dormir una siesta en el sofá. —Su mano viene a descansar sobre mi estómago. El más suave de los toques, pero me relaja con rapidez.
—Eso es demasiado lejos —murmuro, atrayendo su boca a la mía. Hace un sonido indefenso mientras presiono la lengua entre sus dientes, y justo así, el dolor en mi cuerpo, mi pecho, mi tobillo, mi mejilla, se han ido, reemplazados por un anhelo desesperado por ella. Se mueve más cerca, con cuidado, como si tuviera miedo de herirme, así que agarro su cadera y traigo la mitad de su cuerpo encima del mío. No estoy siendo lo suficiente suave. Sé eso. Pero mientras mis manos se mueven a lo largo de su espalda y me doy cuenta que no está usando nada debajo de esa camiseta, mi control se hace añicos. Agarro sus muslos y le abro las piernas sobre mí, siguiendo con mis dedos la unión de su cuerpo hasta que encuentro la parte más suave y más vulnerable de ella.