Un caos antes, un caos ahora

186 18 2
                                    


Momentos hot 

Loris 

Aly me está destruyendo, pura y simplemente. Me está retorciendo y destrozándome, y ni siquiera le es difícil. Lo hace con una simple mirada, una caricia de sus dedos, algunas palabras —bésame otra vez— acabándome con el sabor de su boca, la suavidad de sus labios, su dulce suspiro sin aliento en mi oído. No tiene idea de lo poderosa que es, lo mucho más difícil que va a hacer las cosas para mí. Pero la deseo más de lo que jamás he deseado nada en un largo tiempo, y por una vez, quiero tener algo solo para mí.

Mis manos se cierran sobre sus caderas y la arrastro hacia mí. Sus rodillas se separan. Su larga falda se levanta. Me presiono contra su suave centro y, medio espero que ella me aleje, pero sus piernas se tensan alrededor de mis caderas. Sé que puede sentir cuánto la deseo. Mi cuerpo está palpitando, y no puedo evitar frotarme contra ella, necesitando la fricción, la resistencia, queriendo mucho más que eso. Ella gime en mi boca, y eso solo me eleva más, hasta que tengo que esforzarme para no abrazarla con demasiada fuerza. Casi me olvido de cómo todo se está cayendo a pedazos, cómo las últimas horas han sido un infierno.

Después de un almuerzo miserable y tenso con Sam y su familia, Derek me llevó a su oficina y me dijo que debía dejar de acosar a su esposa —mi hermana— para una ayuda financiera. Llevé a Scar a casa, y porque las cosas todavía podían empeorar, lo hicieron. Mi camioneta se averió. Tuvimos que caminar un par de kilómetros bajo la lluvia, tiempo durante el cual Scar me insultó de cada forma posible. Luego la dejé en casa y se tranquilizó. Ordené una pizza y la engatusé para que tomara sus medicinas. Llamé a la grúa para que remolcara mi maldita camioneta al mecánico.

Estoy hundido en este agujero, y se suponía que iría a lo de Cecilia esta noche, pero ahora no puedo porque no tengo medio de transporte. Eso es tanto malo como bueno. Malo porque Cecilia probablemente hubiera desembolsado más dinero a cambio del placer que le daría. Bueno porque no quiero darle nada en absoluto. Vine aquí a distenderme, para romper algunas cosas... pero no funcionó de esa manera.

Todavía no sé por qué ella vino aquí. O por qué no salió corriendo y gritando tan pronto como me vio, porque yo actuaba como un total psicópata. Pero tan pronto como escuché su voz, tan pronto como la vi de pie allí con esa expresión suave pero determinada, la forma en que se negaba a irse...

No puedo acercarme lo suficiente a ella. No puedo obtener lo suficiente. Mis dedos encontraron el borde de su camisa y escarbaron debajo, buscando su piel. Tiembla mientras mis dedos se deslizan por sus costillas, en tanto hallan el borde inferior de su sujetador, rozan sobre sus pechos, sobre los duros bultos de sus pezones. Su brusca inhalación no hace más que alimentar mi fuego. Mi pulgar rodea uno de los perfectos brotes tensos, y engancha los tobillos detrás de mi trasero, atrapándome de la mejor manera posible.

Es tan diferente de anoche con Cecilia. Anoche, tenía que enfocarme. Tenía que intentar. Tomó esfuerzo y pensar. Pero esto... esto es instinto. Esto es facil.

Esto es descontrolarse.

Levanto su camisa e inclino mi cabeza, empujando el borde sedoso de su sujetador y cerrando la boca alrededor del suave y erizado monte de su pecho. Le doy un golpe a su pezón con mi lengua y luego cierro los dientes a su alrededor. El sonido que proviene de ella me vuelve loco. Áspero y desesperado, pasó la mano por su pierna, debajo de su falda, con cada músculo de mi cuerpo tenso hasta el punto de romperse, bordeando lo doloroso. Debería retroceder... pero ahora ella está deslizando la mano por mi pecho, por mi estómago, hacia mi cintura.

Oh. El gemido escapa de mi garganta mientras sus dedos rozan el frente de mis vaqueros. Presiona su palma contra mi miembro, y es todo lo que puedo hacer para no rogarle que me toque piel a piel. Mi mano está en el vértice de sus muslos. Rozo con mis nudillos la tira de tela que cubre el lugar donde realmente quiero estar.

Por amor al arte Loris KariusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora