El final de un centauro

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  Todavía se mantenía imponente, todavía inspiraba confianza, aun le seguían sus hombres, pero él sabía que no seguiría vivo mucho tiempo. En lo violento de la anterior batalla había recibido un golpe mortal y lo había ocultado rápidamente, hace treinta años un golpe como ese jamás lo habría tocado, pero ya estaba viejo, su cuerpo no reaccionaba igual de rápido. Aunque durante todo su camino de regreso lo había estado pensando y había rechazado la idea en un par de ocasiones, en ese momento lo supo con certeza, al ver a lo lejos las banderas de la tribu y a su hijo sobre los lomos de un caballo supo que iba a morir, las fuerzas que lo trajeron hasta ahí lo abandonaron y sintió que se desplomaba de su caballo, el fin se estaba acercando.

  El frío subía por sus piernas, aunque estaba rodeado de sus hombres se sentía solo, aunque siempre había sido valiente sentia miedo... Miedo a la muerte. Y de pronto se desplomó.

  Sus hombres se sorprendieron al verlo caer justo cuando pensaban que lo peor había terminado, su sorpresa se transformó en terror cuando vieron la sangre que manchaba toda la parte interna de su capa, una terrible herida apareció un poco más arriba de su cintura, el ánimo de ellos se desplomó.

  A lo lejos vieron caer a un hombre de su caballo, nadie lo reconoció, nadie excepto su hijo, en cualquier lugar podría reconocer ese porte y esa armadura, era Alejandro el que había caído. Aunque lo reconoció no podia creer lo que veía, nunca en su vida había notado el más mínimo signo de debilidad en el hombre que acababa de ver caer. Aun sin salir de su asombro envío a veinte jinetes a ayudarlo, aunque lo que veia parecia irreal. El terror se apodero de el campamento un momento después cuando se corrió el rumor entre los hombres y las mujeres, incluso los ancianos dudaban de lo que escuchaban, habían crecido con él y el tiempo no había logrado hacer mella alguna en su cuerpo, recordaban haberlo visto partir de la misma manera que lo hubiera hecho hace veinte años, pero la situación comenzaba a parecer cada vez más real. 

  Lo trajeron al campamento junto con la noticia de que debía estar acercándose una tropa de hombres del bendito, mientras enviaba a su padre a recibir la mejor atención posible R'menthyas se vestía su armadura ceremonial, debía ir inmediatamente frente al consejo a solicitar el poder temporal sobre la orden, aunque su padre lo había ordenado como comandante, si su padre moría cualquier ordenanza hecha por el recaería en el proximo lider. Entro en medio de la unica tienda grande que había en toda la sabana, aunque ya antes había entrado ahí era la primera vez que lo hacía solo, sin su padre. El salón estaba exquisitamente adornado con mucho oro y joyas, las paredes eran de buena madera aunque por fuera era una tienda común, solo que muy grande, de pequeño habia creido que era una especie de magia, ahora comprendía que era sencillamente una pared armada dentro de la tienda y muy bien decorada, el suelo estaba cubierto con una hermosa alfombra, con diseños que rememoran sus grandes batallas, en el centro de la alfombra se veían los diseños que hacían referencia a el gran profeta y al padre de las lanzas sus dos figuras más importantes. 

  Después de diez minutos de haber ingresado a la tienda R'menthyas salió de ella dando órdenes de que recogieran todo, debían partir hacia su pueblo arrasado, habían avanzado directamente hacia el bendito, la parte buena de saber eso era que posiblemente la ruta hacia el norte estaba más despejada, después de poner todo el mecanismo de la tribu en movimiento y ordenar que debían marchar en dos horas máximo fue a la tienda donde yacía el gran Alejandro, lo encontró como muerto, su piel estaba pálida por haber perdido mucha sangre, sus ojos estaban cerrados, su armadura había sido removida,  todos los expertos en medicina y los curanderos de la tribu habían llegado a la misma conclusión, este había sido su último viaje. Al lado izquierdo de la cama estaba su madre sosteniendo la mano de alejandro, lo que si aun nadie entendía como o porque era el hecho de que en su mano derecha Alejandro aun sostenía la lanza sagrada y no podían separarla de él.

  Cuando todos creían que había llegado al final de sus días Alejandro abrió los ojos, primero observo con tristeza y ternura a su mujer, luego miró a los ojos a sus hijos y mientras la pequeña tienda se llenaba de los ancianos de la tribu un moribundo centauro comenzó a hablar.



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