Capítulo II: Aquí otra vez

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El departamento de Peter es un caos como él. Hay cosas desparramadas por el living y mejor no entremos a la habitación. Él está recostado a lo largo de su sillón en forma de ele, con la cabeza descansando en dos almohadones. Usa una remera mangas cortas, una bermuda deportiva, el pelo volvió a su castaño natural y la barba de días lo hace aún más lindo. En una mano sostiene el guión y el otro brazo lo deja colgando mientras que con un dedo contornea el borde de la taza de té que dejó en el piso. Se concentra a medida que avanza con la lectura, y en algunos casos arruga un poco las cejas porque no entendió y debe releerlo una vez más. En otros casos intenta ubicarle un tono y hallarle una personalidad que también está relacionada con su cuerpo. Pero el piar insoportable de dos pájaros lo desconcentra y cuando corre un poco la cabeza, ve que los dos bichos están estacionados en la baranda del balcón. Después sube la vista al reloj de pared que hay en un lateral y todavía le queda una hora para seguir leyendo antes de ir a la casa de sus padres para el almuerzo de todos los domingos. Y cuando desciende la cabeza, se encuentra con todo ese quilombo al que hacíamos referencia en el primer renglón. Hay ropa de diferentes colores abollada en un rincón, un bolso abierto tirado en el suelo, otra mochila colgada del respaldo de una silla y un pilón de papeles desparramados en toda la extensión de la mesa de vidrio. Se pregunta en qué momento de su vida va a reubicar todos esos elementos en su lugar, pero al segundo se responde que la culpa no es de él sino del poco tiempo del que dispone. Porque cuando no está doce horas filmando, está en algún evento, y si no está trabajando en algún nuevo proyecto con amigos, está en el club visitando a sus amigos, y si no está viajando, ensayando o asistiendo a reuniones aburridas pero que siempre lo hacen crecer un poco más. Así que ya tiene una excusa válida para la próxima persona que llegue a su casa y lo mande a ordenar –aunque la única que en realidad se lo dijo en más de una oportunidad fue su madre–. Entonces regresa la vista a las letras impresas del guión. Su nombre figura en el setenta por ciento del libreto, en el mismo porcentaje que Paulina. Porque Hernán y Paulina son hermanos; uno de los dos cometió un crimen familiar y el otro lo está cubriendo. Entonces embarcan juntos una odisea en la que se mezcla el pasado, con el presente y con el futuro –con lo que hubiera pasado si–. Pero ningún espectador sabrá quién es quién hasta que se llegue al final; y los propios actores se enterarán cuando lean las cinco últimas páginas del guión. Entonces delega un poco el cuadernillo y se estira hasta la mesa ratona en donde está su teléfono. Desliza el dedo en varias oportunidades y escribe rápido en una de las ventanas del chat: «¿Lo terminaste de leer?». Deja caer el celular en su panza y retoma las líneas, hasta que después de dos minutos siente la vibración: «Anoche. Pero no te voy a decir quién mató a mamá.» y él esboza una risa al leer esa oración desprolija. «¿Ya decidiste lo que vas a hacer?» le vuelve a escribir, pero ésta vez abandona el teléfono nuevamente en la mesa y se levanta para ir al baño a darse una ducha. Es que en breve también tiene que ir a su casa materna en donde se reunirán con la familia, y no hay nada más agradable para Peter que sentir el calor familiar. Ese que le vuelve a plantar los pies sobre la tierra y olvidarse del actor en el que se convirtió.

Juan Pedro Lanzani. Pero Peter para la familia, los amigos y también para las fanáticas. De familia bien y acomodada en la escala social, Peter es el tercer hijo de un cuarteto de varones. Vivió en el barrio de Belgrano hasta los veinticinco cuando se fue a vivir solo porque ya era hora, diría mi abuela. Asistió a un colegio privado y practicó todos los deportes habidos y por haber desde que tiene dos años, pero el rugby lo lleva tatuado en su piel. Fanático de la guinda, hincha de Alumni y amigo de sus amigos, Juan Pedro se empieza a convertir en Peter cuando una publicista lo encuentra en una playa y pide permiso para sacarle unas fotos. Entonces sin escala y con total naturalidad, se convierte en modelo de Mimo & Co a los trece años. Y de ahí, da un salto sublime a la televisión a causa y consecuencia de Cris Morena que, claramente, no podía no tener esa cara en el reclutamiento de niños que viene haciendo desde milnuevenoventaycuatro. Y Peter no entiende nada, pero va. Juega al actorcito modelo, tiene que convertirse en un pibito reo, duro, tosco y por eso le piden que empiece a trabajar el acento belgraniano porque no encaja con su personaje ni con nadie de todos los que trabajan ahí. Pero él se la banca aunque no sepa actuar, aunque sepa que no lo haga perfectamente, pero qué más le da si tampoco quiere vivir de eso. Y en el medio de todo ese auge televisivo, descubre que las chicas lo empiezan a mirar distinto en la calle y que a más de una le empiezan a temblar las piernitas cuando se acercan a pedirle un autógrafo. Pero Peter tiene quince años y la frente en alto. Y, bueno, también tiene una novia que conoció en el set y a la que de yapa tiene que besar entre filmación y filmación. Pero Peter empieza a ser realmente Peter cuando llega a Casi Ángeles y encarna a Thiago. Otro niño rico que se revela ante sus padres, que quiere una familia normal, unos amigos normales y una vida normal, pero un portal empieza a succionar gente, después viaja veintidós años al futuro y se convierte en el líder del grupo que lleva a cabo una revolución, así que la normalidad caduca en el tercer segundo de la trama. Peter, el carilindo, el seductor, el de la sonrisa compradora, el que se llevó todos los gritos en cada una de las funciones de los teatros que pisó. Peter, el que no quería ser actor pero de golpe y porrazo encontró su profesión y ahora no sabe qué hacer si no tiene un guión en mano. Peter, el galán que muta. El que deja que su cuerpo fluya para interpretar cualquier personaje que se le presente. El que se nutre constantemente, el que estudia y el que aprende todos los días. El que le gusta leer libros de cine, mirar películas y debatir aunque muchos no le sigan el tren. Peter. El que se gana el corazón de las chicas, el que tiene su propio club de fans y el que se ríe cada vez que le dicen que es demasiado lindo como para ser real. Peter. El humilde, el que le gusta trabajar en equipo y el que sorprende día a día a todos los que lo rodean. El de corazón grande; tan grande que a veces un poco le duele. Peter, el que deja que las críticas entren por un oído y salgan por el otro, el que enlaza amistades rápidas con sus compañeros de equipo de trabajo, el que se divierte todo el tiempo y el que a veces deja salir a ese niño que tiene en el interior. El que cree que sin sus amigos y sin su familia, no podría estar donde está. Porque no lo soportaría, porque huiría, porque quizás para él es más fácil atravesar solo el dolor, que acompañado. Peter, el señor actor que no quería ser actor pero que se consagró fácilmente al punto de que todas las productoras siempre tengan algo que ofrecerle. Porque lo quieren, y no solo lo quieren como producto, sino que lo quieren por ser, simplemente, Peter.

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