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Robert no había ido al baile, después de que casi lo matara un Dementor, cinco noches atrás, lo que menos le apetecía era tener que sufrir el ruido de un millar de adolescentes revolucionados y locos. Se había quedado en su habitación con Napoleón y un buen libro de historia, no quería soñar con inquisición ni con autos de fe así que escogió la historia de la construcción del castillo de Edimburgo. Algo relajante.

A la mañana siguiente Robert tenía la maleta ya preparada y se dirigió bien pronto al andén de Hogsmade. El camino a Londres le sentó cansado y lento peor cuando llegó se alegró enormemente de volver a ver a su familia.

Sus padres estaban allí. Su madre sostenía a uno de los gemelos que quería lanzarse a las vías del tren mientras que su padre hacía lo propio con el otro gemelo que quería echar a correr para quitarle un juguete a un perro.

-¡Robert!- Saludó su madre.

La francesa se acercó y depositó un beso en la mejilla de su hijo, que se sonrojó ante tal acto de cariño puesto que Margaret estaba tras él y susurró algo a Andrew.

-¡¿Qué tal el curso?! ¿Y el viaje? ¡¿Estás bien?! ¡¿Estás entero?!

-Sí, mamá. Estoy bien.

Su padre se acercó, con un gemelo colgando a cada lado y saludó a su hijo. Robert contempló como la cicatriz de su padre se habría de una forma asquerosa cuando sonreía. De niño recordaba que le encantaba tocar la cicatriz...en ese momento, no tanto.

-¡Hola hermano! ¡¿Qué tal estás?!- Dijeron ambos hermanos a la vez.

Eso aterraba a Robert, la compenetración de ambos chicos era totalmente aterradora, hablaban a la vez y se contemplaban las frases sin fallo ¡Nunca! ¿Usarían telepatía?

-Hola, pequeños diablos- Saludó Robert.

Los dos chicos saltaron sobre el cuello de su hermano que por poco cae al sostenerlos. Germain y Malcolm no paraban de bramar las cosas que habían hecho en ausencia de su hermano mayor: Destrozar el jarrón favorito de tía María, poner babosas en el asiento de su padre cuando comía o cuando condimentaron el tentempié del tío Fergus con unos gusanos del jardín.

-Más vale que cuando lleguemos mi habitación esté entera.

Germain (o Malcolm) hizo un mohín de disgusto.

-¡No pudimos entrar! ¡Mamá hechizó la entrada para que solo pasase Claudle!

Robert miró a su madre, que estaba hablando con Mireya, la madre de Meg. La francesa devolvió la mirada a su hijo y le guiñó un ojo, cómplice.

Se aparecieron en la mansión McAlvey poco después.

Toda la familia saludó a Robert. Fergus le abrazó, Claudle le besó la mano alegre por tener su ayuda con los gemelos, y tía María asintió secamente desde su butaca.

-¡Vamos al jardín!- Dijo un gemelo.

-Germain François McAlvey- Dijo la matrona- Vuelve a enterrar boca abajo a los gnomos y te lanzo un Crucio.

Los niños se miraron y el que debía ser Malcolm tragó saliva y dio un leve empujón a su hermano.

-Vamos mejor destrozar la maleta de Robert- Dijo.

-¡Eh, no os atreváis!

Al final Robert consiguió que sus hermanos no destrozasen su maleta y pudo bañarse y descansar unos diez minutos. Estaba alegre de volver a casa, se sentía cómodo en esa habitación.

El muro era de piedra y estaba chapada por una pared de madera hasta la mitad. Había un montón de estantería con libros y un montón de viejos pergaminos tirados en una esquina, de forma descuidado. De verdad nadie había pisado esa habitación en dos meses.

Magia en Hogwarts [Saga de Robert McAlvey]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora