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          La vida en el castillo se volvió diez veces más soportable con Taehyung a su alrededor. Aunque la mayor parte del tiempo el chico permanecía en la herrería, sí que cumplía recados por el castillo bastante a menudo, a veces incluso llegando a realizar tareas encargadas por el mismo rey. Jimin siempre admiró su rareza y singularidad. Él mismo era uno de muchos, pero Taehyung era una gota de aceite en el océano, imposible de disolver entre la multitud por su propia naturaleza.

           Se encontraban entre sí más a menudo a la hora de buscar leña o al comer sobras para cenar después de que la corte del castillo se hubiera saciado totalmente. Taehyung comía como un caballo y eso era algo que hacia reír a Jimin, visto que él mismo decepcionaba a su profesión alimentándose de una forma notablemente más moderada. Sin embargo, a medida que el tiempo pasaba, Jimin comenzó a colar a Taehyung en las cocinas para darle pequeños tentempiés y, del mismo modo, Taehyung pasó a otorgarle pequeños regalos de metal que él mismo elaboraba mientras su padre continuaba instruyéndole su entrenamiento. Diminutas figuritas, pequeños platitos; todo tipo de cosas. Él las mantenía bajo su almohada y cuando no podía dormir por las noches, los sacaba de su escondrijo, principalmente para tener algo bonito a lo que mirar a pesar de la penumbra de la sala. La solitaria linterna que ardía en los cuartos de los sirvientes apenas resultaba suficiente para mantenerlos con vida durante los fríos inviernos. Taehyung se había ofrecido a traerle más velas de cera de la curtiduría o el zapatero, lugares que visitaba a menudo, pero Jimin le murmuró que no debería hacer tal cosa, ya que la gente haría preguntas y se meterían en problemas. Aun así, a Taehyung nunca le gustaba escuchar. Le ofendía mucho que Jimin durmiera en las insalubres condiciones en las que lo hacia, y prácticamente le ordenaba que viniera a dormir en su cabaña, junto a las ascuas del horno y sobre algunas pieles de oveja sobrantes del zapatero. Jimin siempre rechazaba la oferta al recordar al espeluznante padre de Taehyung, insistiendo en que preferiría congelarse vivo antes que interponerse en su camino.

          De modo que, natural e inevitablemente, Taehyung comenzó a colarse en los cuartos de la cocina para dormir con él en su lugar. Un erudito hombre de mundo le dijo una vez que el calor corporal era la mejor fuente de calidez, así que él mismo se asignó la misión de mantener caliente a Jimin mientras dormían sobre el suelo cubierto de heno. Al principio había sido extraño –y principalmente terrorífico, visto que le cortarían las dos manos a ambos si no les encontraban en su sitio por la noche o interrumpían la paz creada– pero, lentamente, Jimin llegó a depender de la temperatura de Taehyung, siendo capaz de una vez por todas de dormir sin levantarse con los dedos del pie azulados y la piel agrietada. Taehyung también trajo consigo algo de aceite con el que cubrir los labios y nudillos de Jimin, donde su fina piel necesitaba más hidratación. El inminente invierno chupaba la alegría y mermaba el cumplimiento de las necesidades básicas de todo el que habitaba entre las paredes del castillo y no tenía origen nobiliario.

          A cambio, Jimin proveía hierbas para todas las ampollas, los múltiples cortes y quemaduras de Taehyung; cuyas encallecidas manos parecían haber visto demasiadas primaveras como para ser las pertenecientes a un joven chico. Eran algo de lo que Taehyung se sentía inseguro, pero Jimin insistía en que eran su parte favorita de él, como si fueran tan distintivamente Taehyung que nunca sería capaz de olvidarlas. Sus manos y sus ojos, los cuales parecían seguir a Jimin donde quiera que fuera, siempre centelleando con un destello de travesura.

ALL THE KING'S MENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora