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En ocasiones, Jeongguk se unía regularmente a ellos para hacer travesuras y, otras veces, tenía que irse a cazar o quedarse con su profesor para aprender todo sobre el mundo y la estructura del universo. Sea como fuere, era una buena compañía (cuando no estaba siendo perseguido por los guardias para ser alejado de los sucios sirvientes, claro). Traía consigo sorpresas para sus nuevos amigos de vez en cuando, dejándoles saborear o ver maravillas que venían incluidas en su derecho al trono. Nunca le contó a nadie con quien se mezclaba, sin embargo; pero Jimin lo entendía. Con un padre tan controlador eso probablemente equivaldría al término de su diversión; el punto final a hacer cosas fuera de las paredes del castillo y toda su imaginaria importancia.

Las heridas de Taehyung sanaron rápidamente, y aunque el corte del príncipe había sido muy superficial, le dejó una marca de un intenso morado sobre la mejilla. Jeongguk insistía en que le gustaba y que todas las cicatrices eran historias y orgullo de grandes batallas, restándole importancia a sus preocupaciones y sustituyéndolas pasando mucho tiempo con Jimin, aprendiendo cómo conseguir atenuar lo que fue herida el día del duelo y qué partes de las leyendas eran realmente ciertas.

El príncipe era un cocinero terrible. Un día insistió en prepararle una comida a Jimin como agradecimiento por cuidar de su herida, y todo lo que éste consiguió fue una masa negra deformada en el fondo de uno de sus calderos de cobre. Jimin fue lo suficientemente sensato como para no reírse de él, pero el heredero era incluso peor que Taehyung, y eso ya era algo. Sin embargo, el príncipe pareció percatarse y arrojó la pringue al río para que el agua diluyera su existencia.

–Algún día te saldrá bien –insistió Jimin, ofreciéndole un trozo de pan en su lugar. El príncipe lo tomo agradecidamente, partiéndolo en dos para compartir con Jimin, quien aceptó su mitad con alegría.

–¿Quién necesita mis habilidades culinarias cuando tenemos las tuyas? –rió Jeongguk. –Ciertamente, no esta casa.

–Quizás tu padre apreciaría algo hecho de corazón por su propio hijo –intentó colaborar Jimin, quien rió cuando Jeongguk mostró una expresión asqueada. –O ese primo tuyo.

–¿Yoongi? Ese sí que me es un dolor en el trasero –bufó Jeongguk, ya masticando el pan. –Se cree que es mucho mejor que yo porque es ligeramente mayor, pero sé que sigue jugando en los jardines, el bastardo. Padre le consiente como si fuera el hijo que nunca llegó a tener.

–Yo creo que tú eres mejor –dijo Jimin, arrepintiéndose de sus palabras justo después de formularlas. A él no le correspondía afirmar tal cosa. Sin duda alguna, no estaba en lugar de soltárselo al príncipe en la cara. Sus opiniones respecto a asuntos reales no tenían valor alguno.

–Quizás en cuanto a bondad –rió el príncipe, escupiendo una semilla dura de su boca. –Yoongi siempre ha disfrutado de su crueldad. Tengo el presentimiento de que sigue resentido por la apuesta del año pasado, cuando le dije que los sureños invadirían antes del invierno. Nunca tuvo mucha fe en ellos.

–¿Qué apostatéis?

–Dos piezas de oro.

Los ojos de Jimin se agrandaron inmediatamente. –Eso son palabras mayores.

–Exactamente –dijo Jeongguk, con el dedo índice levantado. –Y esa es la razón por la que, cuando se llevó el golpe de tener que cumplir con su promesa, comenzó a maldecirme cada noche, a rezar que me asfixiara mientras dormía. –La risa emitida por la boca de Jeongguk fue extraña para alguien que acaba de hablar sobre la muerte siendo deseada sobre su persona, pero Jimin lo halló adorable y se preguntó si Yoongi había intentado alguna vez ahogar el joven príncipe mientras yacía en sus aposentos.

ALL THE KING'S MENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora