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Jimin fue sobresaltado de su sueño cuando un guardia del rey le tocó el hombro para decirle que el príncipe lo había llamado a sus aposentos. Le tomó un momento despertarse apropiadamente e intentar no mearse encima ante el temor de que le hubiera llegado el día de su juicio final. Apenas se le permitió orientarse antes de que el guardia le empujara y le enviara hacia él, explicándole rápidamente la dirección que había de tomar antes de desaparecer.

Incluso el camino hacia los aposentos del príncipe era extravagante. De las paredes colgaban vibrantes tapices de dioses y hombres en toda su gloria, iluminados por una sucesión de antorchas y candelabros. Jimin asumió que debería ir por el camino cubierto por una enorme alfombra, que conducía a quien quiera que se encontrara tras las enormes puertas del final del pasillo. El sirviente no le había dado detalles concisos sobre esta citación suya, así que la mitad de sus expectativas y decisiones no se trataron de más que conjeturas.

Estiró el brazo y tocó suavemente en la puerta de madera, preguntándose si tan siquiera alguien había podido oírlo a través del denso material. Le sudaban las palmas de las manos y comenzó a sentirse terriblemente desnudo, ahí ataviado en su vestimenta habitual con manchas e hilos sueltos en los lugares menos esperados. Se sentía como si estuviera pudriendo el aire con solo respirarlo. Nunca se había esperado ser invitado a los aposentos privados del príncipe. Desde que comenzaron su pequeña rutina, Jimin había esperado que Jeongguk se aburriera y distanciara en no mucho tiempo. El príncipe estaba enjaulado, se sentía solo y buscaba rebelarse; las hormonas aun revolucionaban su cuerpo, y Taehyung y Jimin constituían una sencilla y placentera solución.

Dio un respingo cuando la puerta fue abierta y acabó revelando a Jeongguk, con una sonrisa brillante y los brazos abiertos en señal de bienvenida, invitándole a entrar. Estaba despeinado y solo llevaba puesto una bata de terciopelo, con el cuello decorado de joyas.

–Qué amable por tu parte presentarte, Jimin –dijo Jeongguk, vagando de vuelta a su mesa y tomando un cáliz plateado de ella. Hizo rotar el contenido en su interior. –¿Te apetecería algo de vino?

–No, gracias, su Majestad. –No sabía mucho de vino, pero Taehyung le había dicho una vez que estaba hecho de sangre de cerdo, y que esa era la razón de su intenso color. No le apetecía mucho beber plasma de animal.

–Muy bien. –Jeongguk anduvo hasta su cama, de una forma que le hizo pensar que había tomado una cantidad considerable de tal líquido. Jimin le observó tragar los últimos restos de la sustancia de su cáliz antes de tirarlo al suelo y sentarse contra el grandioso cabecero de su cama. Tenía la piel rojiza y parecía feliz. Jeongguk estaba muy guapo cuando sonreía.

–¿Su Majestad? –volvió a presionar a Jimin, mirando a su alrededor y observando la sala. El techo era alto y cada centímetro estaba cubierto de sedas y barniz dorado. El aire de la recámara era verdaderamente respirable, y no había un débil hedor a moho adherido a cada pared de la estancia.

–¿Ocurre algo? –respondió Jeongguk, ocupado pasándose una mano por el pelo.

–Solo... ¿solo yo, su Majestad?

–Sí. ¿Eso te desagrada?

–No, su Majestad.

–Perfecto. Desnúdate para mí.

Jimin vaciló, y los ojos se le abrieron a causa de la sorpresa. No es que le hubiera conmocionado la petición, pero solo se había involucrado sexualmente con Jeongguk mientras Taehyung estaba presente. Había accedido a hacerlo porque Taehyung quiso –o quizás todos lo habían deseado, Jimin no estaba seguro–, pero sí que estaba seguro de que le resultaba extraño cuando Taehyung no estaba con él ahí.

ALL THE KING'S MENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora