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          Ser un príncipe tenía muchas muchas ventajas, pero un notable inconveniente era que Jeongguk realmente nunca era libre de deambular por donde quisiera, especialmente ahora que estaba siendo preparado para su futuro como rey. Se sabía los pasillos desde que era niño y lo suficientemente pequeño como para escapar de las garras de sus profesores y cuidadoras, pero encontrar paz para sí mismo comenzó a aumentar de dificultad a medida que cada uno de sus pasos pasaba a ser inspeccionado por ojos atentos en cada momento. Si le sucediera cualquier cosa, el reino posiblemente se sumiría en un total caos –eso lo sabía. Sin embargo, no comprendía qué cosas malas se supone que podrían ocurrirle en su propio hogar, especialmente cuando mantenía una espada unida a la cadera la mayor parte del tiempo, hombreras de hierro y armaduras de acero sobre su pecho.

Sus pies aumentaron de velocidad a lo largo de los enormes pasillos mientras sus oídos se concentraban en busca de cualquier señal de sus sirvientes siguiéndole. Acababa de librarse de ellos hace solo un momento, entrando a uno de los aposentos de los criados para esconderse mientras estos comenzaban a inquietarse y congregarse los unos con los otros hasta acabar siguiendo los pasos evanescentes de sus propios compañeros de trabajo por un pasillo distante. Jeongguk había tomado una profunda inspiración y se deleitó con el aroma de la libertad, decidido a disfrutarlo por muy corto periodo de tiempo que la poseyera y preparado para ser atrapado no dentro de mucho. Aun así, parecía que sus pies todavía sabían donde llevarlo. Los pasillos se volvieron más brillantes y decorados de azul a medida que se dirigía al ala sur del castillo que aposentaba a su familia política. Había pasado demasiados veranos corriendo por aquí, persiguiendo a sus primos. Incluso Yoongi, el Gruñón, era juguetón por aquel entonces, aunque siempre había sido un mal perdedor y disfrutara recordándole a Jeongguk cuanto odiaba que él fuera el siguiente en la línea sucesora a la corona.

Se rió para sí mismo ante el infortunio de todos sus tumultuosos primos, aquellos que solían creerse mejor que él antes de comprender el concepto del linaje y poder. Había visto Seokjin hace solo unos días, abrumado entre libros de la biblioteca mientras se preparaba para ayudar a separar la literatura ética de la inmoral, y que esta fuera fuera quemada por la ciudadela; con los ojos rojos por la fatiga. Jeongguk había tomado hígado de ganso para desayunar y había refrescado su paladar con ostras al limón acompañadas de frutos del bosque. Se preguntó si Jimin continuaba trabajando en las cocinas, porque una comida tan buena tan solo podría ser el resultado de los esfuerzos de ese chico. Jimin era pasteles de cordero con jengibre y delicias de morcilla, su sonrisa suaves porciones de repostería y sus ojos pequeñas almendras. Así es como Jeongguk lo recordaba, aunque su memoria lo volviera más difuso a medida que los años pasaban.

Puso freno a su carrera antes de salir fuera, preguntándose si eso sería pasarse. Sería rodeado al segundo, así que finalmente apostó por encontrar refugio en un aposento vacío. Tampoco es que tuviera algún plan sobre qué hacer una vez dentro de dicha sala, pero nunca había sido de los que planeaban las cosas, de todas formas.

Jeongguk suspiró, doblando su cuerpo hacia delante para recuperar el aliento, observando la enorme puerta de madera frente a él y sonriendo ante la familiaridad que le hacia sentir. Dejó que sus dedos trazaran los patrones grabados que revestían cada recoveco y curva, inclinándose para chequear su ocupación.

Estaba tranquila, aunque no completamente en silencio. El dormitorio estaba vivo y respirando. Más específicamente, alguien o múltiples personas estaban respirando. Cerró los ojos y trató de identificar las actividades tras la puerta, sorprendido de que estuviera cualquier cosa menos vacía, ya que permanecía sin usar y con acceso al interior bloqueado la mayor parte del año.

Un débil sonido se abrió paso hasta sus oídos, causando que sus pantalones se alzaran a medida que su ingle se estremecía debido a las hipótesis proporcionadas por su propia imaginación. Uno suave y agudo y otro grave y delator de estar cometiendo algún esfuerzo. Se mordió el labio, apoyando todo su peso en la puerta e intentando únicamente permitirse el fragmento de un vistazo.

ALL THE KING'S MENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora