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La única cosa en la mente de Jimin mientras se tambaleaba fuera de los aposentos anexos a la capilla era encontrar al príncipe. Algo más fácil dicho que hecho, pero el ardor de sus entrañas se negaba a dejarlo en paz y juraba haber perdido la capacidad de percibir aromas con la nariz. La mención del miembro de la familia real le estimuló a entrar en acción, a dejar su cansancio y llanto para otro momento.

La mayoría de los guardias y de la corte real parecían estar repartidos por cualquier otros lugares mientras él corría con todas sus fuerzas por los luminosos y largos pasillos del castillo, intentando recordar el camino para llegar a la estancia que Joengguk usaba como vestidor. Ir allí sin ser explícitamente citado estaba estrictamente prohibido, pero no encontró ápice alguno de razón en sí mismo para tomar tal hecho en consideración, y que tal cosa le impidiera llegar donde necesitaba ir.

Cuando giró la esquina, encontró una gran puerta de madera, orgullosa al final del pasillo; numerosas velas colocadas a su alrededor la iluminaban acogedoramente, casi como para invitar a entrar a la gente. Jimin aceleró hasta quedar frente a ella, apoyando todo su peso sobre el material para intentar abrirla y acabando entrando a tropezones con mucha menos elegancia de la que tenía pensado.

–¿Jimin? –pronunció una voz familiar desde una zona más profunda de la cámara, y Jimin alzó la mirada para acabar encontrando incontables sirvientes ocupados en la tarea de vestir a Jeongguk para la cama. Incluso su consejero estaba ahí, quien cerró la boca a mitad de frase ante la imagen del cocinero apareciendo tan repentinamente.

–¡Jeongguk! –llamó, apenas capaz de contener sus lágrimas mientras jadeaba por su extenuación. Jeongguk alejó de él a los sirvientes con un movimiento de mano, ataviado únicamente con sus pantalones blancos de algodón mientras sus ojos resplandecían en la tenuemente iluminada sala. Lucía extraño.

–Has de dirigirte a mí bien como "su Majestad" o "su Alteza", y nada más –dijo firmemente Jeongguk, manteniendo su atención en los papeles que su consejero había estado compartiendo con él. –Y no tienes permiso para hablarme, y aun menos estar aquí.

–¡Arrodíllate para el príncipe! –ordenó un guardia tras él, pegándole una patada en la parte trasera de las rodillas. Sus piernas se doblaron fácilmente, y apenas pudo sostenerse cuando colocó las manos sobre el suelo para detener la caída.

–Por favor, su Majestad –continuó Jimin, con los ojos simultáneamente nadando entre esperanza y ahogándose en preocupación. Todo a su alrededor le parecía tan amenazador cuando estaba desesperado y agotado. –Taehyung no tiene una pizca de maldad en él. Últimamente se ha vuelto delirante con pensamientos... bueno, no estoy seguro de qué naturaleza, pero os suplico que le perdoneis, ¡no os ha hecho daño alguno!

Jeongguk rió, poniendo los ojos en blanco. Tomó los documentos y los dejó caer sobre una pequeña mesa, permitiendo a un sirviente colocar una holgada bata sedosa sobre sus hombros. El color borgoña nunca había tenido un aspecto tan regio. Se recolocó los anillos; cada uno de sus dedos adornado con un emblema dorado o un cristal de zafiro. No habló hasta que Jimin comenzó a temblar.

–Oh, claro que le perdonaré la vida –dijo Jeongguk, de una forma casi calmada. Jimin no se atrevió a mirarlo. –Guardias, tomad a este chico y lanzadlo donde pertenece –demandó Jeongguk. Sus hombre volvieron a la vida conjuntamente en ese mismo instante, ya en guardia desde el momento en el que Jimin había entrado en los aposentos: el resultado del prejuicio contra los de menor clase materializado en esa misma escena. –La imagen de esta... –señaló a Jimin con la nariz fruncida, imitando la sensación de repulsión –... sucia rata de las cocinas me está alterando el estómago.

–¡Jeongguk! –lloró Jimin mientras los guardias le levantaban por la camisa, desgarrando el material hasta acabar revelando prácticamente la mitad de su torso.

Joengguk lo echaría de menos, sin duda alguna. La sube piel a pesar del humilde trabajo, los sensibles pezones y puntos débiles que hacían correrse a Jimin con solo el aliento de la boca de Jeongguk. Podría lamerla y besarla todo el día; adorarla, incluso. Pero el precio por su orgullo habas de ser pagado, y no se sentía generoso. Además, había algo peculiarmente erótico en Jimin siendo maltratado y mangoneado como una muñeca de trapo, completamente desarreglado, roto y deshonrado a los ojos de todo el mundo. Se le estaba siendo recordado su lugar, algo que frecuentemente parecía olvidar.

Con una quejumbrosa súplica final, Jimin fue sacado fuera por el pelo, dando patadas y chillando, con sus piernas arrastrando tras él.

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yo quiero acabar la historia,
pero a la vez no :(

ALL THE KING'S MENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora