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El pavor que devanó el interior de Jimin cuando se resignó sobre el charco de barro sobre el que los guardias le habían lanzado era enfermizo. A la maldición la neumonía– Jimin no tenía la suficiente fuerza de voluntad o energía para mover músculo alguno. Todo lo que podía pensar era en lo que Jeongguk le había dicho sobre perdonar la vida de Taehyung, y como había sentido fuertes escalofríos por la espalda ante sus palabras. El cielo estaba oscureciéndose y sabía que no tenía oportunidad de volver a ver a Taehyung porque al guarda estaría allí, tan cascarrabias como antes. Se sentía como si innumerables hormigas le estuvieran recorriendo todo el cuerpo; incluso bajo su piel, siseándole que debía ver a Taehyung antes de que fuera demasiado tarde. No había forma de que el príncipe le perdonara la vida– eso lo veía ahora. Había visto el odio en los ojos de Joengguk de primera mano, y no parecía satisfecho con dejar marchar a Taehyung tan fácilmente.

Jimin intentó levantarse una última vez, pero su cuerpo no se lo permitió. Fue atraído de nuevo a la húmeda y sucia tierra, de la cual era cautivo. Gimoteó y siseó cada vez que alguien caminaba junto a él para intentar mirarlo; con las manos lastimadas por apretar los puños con demasiada fuerza. Esperaba que su padre estuviera ya lo suficientemente borracho como para darse cuenta de que no estaba. Jimin le dio la bienvenida a la derrota con una cabeza agotada y el suelo manteniéndole anclado a él.

No estaba haciendo nada. Él no era nada.

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