Capítulo 36

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Lunes.

Noto que mi mochila es quitada de mi espalda de manera brusca. Pronto un nudo se instala en mi estomago, sé quien o quiénes son.

No me quiero girar, pero sé que no me queda de otra, si no lo hago sería razón de más para aprovechar y hacer algo que no me gustaría.

Lentamente me giro y me obligo a oprimir un grito cuando me doy cuenta de que solamente hay una persona;

El líder de los Bullies.

¿Lo peor? Su rostro tiene más heridas de las que le vi el viernes pasado, su labio está roto al igual que su ceja. Una pequeña marca en su mejilla, no puedo evitar el preguntarme a mí misma qué le ha pasado.

Me sorprende lo callado que se mantiene, no dice nada, solamente veo una expresión neutra en su rostro. Mi mirada se desvía a mi mochila que ahora, cuelga de su mano izquierda.

Espero unos segundos más, pero no dice nada, solamente está en pie y con su mirada fija en mis ojos, cosa que hace que pronto yo mire hacia otro lado con algo de vergüenza. Nunca me ha gustado mirar a otras personas por mucho tiempo.

Frunzo el ceño al darme cuenta de que él no lleva puesto el uniforme reglamentario del Instituto, sino que viste unos jeans rasgados por la rodilla, una camisa también negra y unas botas.

Trago saliva, quiero hablar y decirle que por favor me de la mochila. Pero sigue en silencio.

Me sorprendo cuando se da la vuelta y comienza a andar hacia un rumbo desconocido para mí, y sí, aún tiene mi mochila, así que me da a entender que quiere que le siga.

Al principio mis piernas no se mueven, no quiero ir tras él, sin embargo no me queda de otra si quiero recuperar mis cosas.

Mojo mis labios cuando subimos unas pequeñas escaleras que jamás había visto desde que estudio aquí, al finalizar de subirlas, una puerta nos recibe.

Mi corazón comienza a bombear sangre más rápido cuando observo como con una patada, y el golpe seco de la misma, hace que la puerta se abra dócilmente.

Rap Monster entra, pero yo no. Me quedo ahí, petrificada.

—Entra. —Su voz es oscura, jamás la había escuchado de esa manera. Su tono grave no ayuda a que me tranquilice.

Respiro hondo y finamente entro. Me doy cuenta de que parece ser el cuarto del conserje, ya que tiene varios productos de limpieza, escoba, fregona...

Gracias a la tenue luz del lugar, lo que más me llama la atención de ver, es una silla que está perfectamente posicionada en el centro del pequeño cuarto.

—Siéntate. —Me mira con una mirada oscura y llena de cosas que no llego a descifrar, pero que sin duda, no esconde ni una sola buena intención.

Niego.—Dame mi mo-mochila.

Una sonrisa maquiavélica se dibuja en sus labios.—Ah, ah. —Niega.—Aquí las normas las pongo yo, y si no haces lo que te pido, esto empeorará. Ser la elegida conlleva obedecer.

—Es-esto no tiene gracia. —Susurro con algo de miedo, quiero dar un paso atrás y salir corriendo, pero algo en mi interior dice que me quede.

—Nunca la tuvo, ahora siéntate. —No me queda de otra, así que lo hago, enfadarle no es nada inteligente, y eso, ya lo sé de otras ocasiones en las que intenté salirme con la mía.

Dejo mi cuerpo caer en la silla. Comienzo a ponerme más nerviosa cuando el líder, tira mi mochila a un lado y comienza a dar vueltas alrededor de la silla en la que estoy sentada.

Hasta que frena y se pone de cuclillas frente a mí. Su enfermiza sonrisa se hace más grande, causando que la herida en su labio inferior se abra y comience a salir una espesa gota de sangre. Sigo el rastro de la gota que llega hasta su barbilla, para luego caer al suelo.

—¿Te gusta jugar? —Esto no me gusta. Comienzo a sentir cierto terror.

—N-no sé a qué te refieres.

—Ahora lo sabrás, ratita. —Moja sus labios, probando así su propia sangre.—Vamos a comprobar cuán buena eres en diferentes asignaturas, la primera será matemáticas, si aciertas lo que te diga, suprimiré un día de ser la elegida, pero si fallas añadiré dos y además serás castigada. ¿Entendido?

Mis manos tiemblan, ahora estoy comenzando a comprender el miedo que a Woozi le causa el estar cerca de ellos.

—Entiendo. —Mi voz sale entrecortada, no me queda de otra.

—Cuánto más falles, más duro será el castigo.

Soy consciente de cómo sus pupilas se dilantan hasta el punto de que sus ojos se sumergen en un intenso color negro.

—Primera pregunta —Hace una pausa.—¿Dos más dos?

Frunzo el ceño ante la fácil pregunta.—Cuatro.

—Bien. —Felicita.—Un día menos. La siguiente —hace una pausa—La raíz cuadrada de 81.

—Nueve.

De nuevo, una sonrisa llena de maldad se dibuja en sus labios.—1400 por 130.

Trago saliva mientras hago la cuenta cuidadosamente en mi mente. Después de todo sabía que no todas iban a ser tan fáciles.

—Ciento ochenta y tres mil. —Tiemblo.

—Ah, ah, incorrecto —niega lentamente.—, ciento ochenta y dos mil. —Corrige.

«Mierda»

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