Las plantas

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Algo sonaba a lo lejos. Me asomé a la ventana.

Era tarde, el cielo había empezado a oscurecerse y las nubes parecían arremolinarse sobre los edificios. No había ni un alma.

Bajé la persiana y, a oscuras, dejé de oír aquel ruido constante. Me tumbé en la cama e intenté dormir un poco. Apenas hube cerrado los ojos y volvió a sonar: era un fuerte chirrido cada vez más cercano.

Me puse la bata y, a tientas, caminé hasta llegar a la cocina. Encendí la luz.

Miré hacia arriba y supuse que los vecinos estarían celebrando una fiesta.

Me hice un café; total, no iba a poder dormir...

De repente, sonó el teléfono y con él, cesó el ruido de las sillas. Era María, la vecina de arriba, no iba a volver hasta dentro de dos semanas. Quería que le regase las plantas.

Colgué y tomé un sorbito de café. Me quemé la lengua.

Dejé la taza sobre la mesa y mi corazón dio un vuelco: si María no estaba... ¿Qué causaba tal estruendo?

La luz comenzó a parpadear. Pegué la bata a mi cuerpo y salí para ver qué pasaba.

Se hizo nuevamente el silencio. Hacía frío. Encendí la luz del pasillo.

Unas manos salían de las puertas, reptando. Grité. Se apagó la luz.

Entré de nuevo a casa y cerré la puerta con llave. La luz, que me había dejado encendida, seguía parpadeando.

Corrí a coger el teléfono, pero al hacerlo una mano me cogió de la muñeca. Mis ojos se salieron de sus órbitas y apenas puede esa vez proferir un grito. Forcejeé con ella y conseguí soltarme, pero otra me tiró de la bata hacia abajo con tanta fuerza que caí al suelo. Me clavaron las uñas en los muslos e intenté deshacerme de ellas y lograr así incorporarme. No pude.

La luz dejó de parpadear nuevamente. Se oían arañazos tras la puerta y ese chirrido pitaba en mis oídos. Lograron abrir la puerta.

Chillé y pedí ayuda. Sin saber cómo habían aparecido manos y manos por toda la cocina.

Se fue, por un instante, la luz y todas las manos me soltaron. No lo dudé ni por un segundo, salí corriendo escaleras abajo sin detenerme tan siquiera a encender la luz. Tropecé con uno de los peldaños y me hice daño en el tobillo.

Anduve cojeando hasta la comisaría, pero nadie me hizo caso.

Dicen que estoy loca, como aquella mujer que volvió de sus vacaciones y encontró sus plantas muertas y unas manos en su garganta. Dicen que María no sale de casa y que no ha vuelto a encender la luz ni a subir las persianas. Algunos dicen que se ha muerto como sus plantas, pero yo creo que ha decidido quedarse a ciegas porque las plantas están más vivas que nunca.

RAMAS ENCORVADAS: historias y desvaríos en florDonde viven las historias. Descúbrelo ahora