Fernando y la bicicleta

30 5 7
                                    

Tenía seis arañazos en la rodilla derecha. Fernando los había contado. Cada noche, antes de ponerse el pijama, se miraba las piernas desnudas para descubrir un nuevo moratón en ellas. Odiaba montar en bici. Su padre le había dicho que caerse era normal cuando uno aprendía y le instaba a volver a intentarlo, pero eso no le hacía odiarla menos.

Pasaron meses antes de que Fernando al fin consiguiese mantenerse en equilibrio sin ayuda de los ruedines, pero seguía sin hacerle ninguna gracia ir en bicicleta, sobre todo en "la flecha rosa", como la llamaba su hermana. Esa bici había sido suya antes y al principio, cuando su padre empezó a insistirle, tuvo que pedírsela prestada para practicar. Durante todo ese tiempo estuvo ensayando a las afueras del pueblo, terriblemente avergonzado y con miedo de que alguien pudiese verle. Más de una vez le dijo a su padre que quería dejarlo. Aquello no era lo suyo, al fin y al cabo. Sin embargo, como era de esperar, su padre siempre que lo decía, se enfadaba con él.

Fernando no tuvo, pues, más opción que aprender a montar cuanto antes: su padre se alegraría y él podría devolverle la bicicleta a su hermana sin que nadie le hubiese visto.

No fue tan fácil esconder que montaba en una bici rosa fucsia a la gente de allí. Muchos empezaron a burlarse y Fernando se dio cuenta de que ya daba igual donde practicase con ella pues siempre habría alguien para mofarse.

Muchas veces su padre se había asomado a la ventana y había visto a su hijo pedaleando con la cabeza baja; sentía pena por él, pero no podía hacer nada... ¿O sí?

Sus tías no paraban de parlotear y de sonreírle el día de su cumpleaños, le dijeron que el regalo era sorpresa y se negaron a darle más detalles. Fernando estaba impaciente, había tenido noticia de ese regalo desde abril, y estaban en mayo. Apretó los dientes y esperó a que su padre se presentase con el paquete. ¡Dios mío! ¿Qué podría ser?

De pronto, su padre salió con una bicicleta azul oscuro y una sonrisa de oreja a oreja: "¡Feliz cumpleaños, hijo!" exclamó, entregándosela.

Fernando se desinfló como si fuese un globo: ¿ahora le regalaban una bicicleta? ¡Estaba harto!

Se quedó callado y sin pensarlo mucho se montó en la bici. Antes de que los invitados se diesen cuenta, él ya había empezado a pedalear a toda prisa, rumbo hacia el acantilado.

"¡No volveré a montar en una estúpida bicicleta!", gritó antes de tirarla, por despecho, al vacío. Se dio la vuelta antes de verla caer y solo cuando oyó el chapoteo de esta contra el agua, sin que supiese muy bien el motivo, empezó a llorar, cayendo descompuesto al suelo.

RAMAS ENCORVADAS: historias y desvaríos en florDonde viven las historias. Descúbrelo ahora