La maldición del poeta

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No me gusta hacer la cama; porque eso significa perder tiempo de mi día, volver a arropar las ideas y que estas queden atrapadas hasta que tenga que volver a deshacerla, me desvelen y no pueda dormir.

Mi día se postraba frente a esa ilusión, frente a ese fantasma nocturno y cantarín. Era rápido e indoloro. El espíritu santo que dejó a María encinta, a mí me dejaba para alumbrar versos de dioses y galaxias en flor.

Lo malo, y quizá incomprensible, era todo aquel éxtasis a un movimiento de ser escrito y no poder contener toda la lluvia en mi sola nube. La sentía pesada, a punto de estallar en tormenta. Cada día soportaba su densidad hasta llegar la noche cuando se oscurecía un poco más.

Aquellas semanas eran horribles; tenía tremendas jaquecas y un dolor en mi costado derecho al latir el corazón. Varias veces me vi tentada a hacer la cama, pero ¿cómo negarse al rayo, al genio cuando baila? ¿Cómo negarme a silenciar las voces de las musas, ¡el tronar del alma!?

Dejé la cama deshecha para poder soñar, dormí en vela a la luz de la luna y surqué en mi propia barca de sábanas las palabras más bellas jamás escritas. Mi nube quedó vacía, estrujada y sin aliento tras la lluvia de tinta negra. Cerré los ojos y el alba me acarició las pestañas.

Estaba agotada y presa de la maldición del poeta, del embrujo de la luna cuando asoma.

No he vuelto a hacer la cama.

RAMAS ENCORVADAS: historias y desvaríos en florDonde viven las historias. Descúbrelo ahora