Me había dado una ducha para aliviar la fiebre, pero parecía que mi temperatura no iba a estabilizarse por aquel momento, de modo que salí del agua, cogí la toalla y me la puse sobre los hombros, después, decidí sentarme en la tapa del retrete, con las piernas flexionadas y pegadas al pecho. Estiré las puntas de la tela para cubrirme por completo y dejé la cabeza caer en mis rodillas. Cerré los ojos.
Estuve así un tiempo, no recuerdo cuánto, luego busqué la crema, detestaba la sensación de mi piel tras las duchas, la deshidratación palpable en las arrugas en las yemas de los dedos y la aspereza de la piel, como si se tratase de una pared antes de ser pintada.
Abrí el armario, no estaba. Revolví entre los botes de champú. Nada. Miré una balda más abajo y descubrí que aún quedaba un poco de AfterSun. No era lo que quería pero tuve que conformarme.
Colgué la toalla y agité el bote hasta que cayó un poco de crema y justo entonces, cuando quise dejar el bote boca abajo, aspiré el aroma que ésta desprendía. Era olor a verano. Se me resbaló el bote, pero no me di ni cuenta. Yo ya no estaba allí. Mi mente había retrocedido a las soleadas tardes de verano, de cloro y castillos de arena, cuando los abuelos nos llevaban a la playa, la humedad se adhería a la piel y la ropa se pegaba al bañador mojado.
Ví a mi hermano recogiendo agua en la orilla mientras yo cavaba con la pala un gran hoyo para conseguir una mini piscina. La brisa enredaba el cabello y con las manos llenas de arena intentaba apartármelo de la cara. Pasado un rato eterno, la abuela nos llamaba y nos ofrecía la merienda. Añoro aquellos gigantescos bocadillos de chorizo, aunque mi hermano siempre prefirió los de jamón y queso.
A veces, cuando venía con nosotros el abuelo, nos llevaba a la zona rocosa y nos enseñaba a cazar cangrejos, aunque siempre los devolvíamos al mar y volvíamos corriendo con la abuela para contarle nuestras aventuras. Antes de irnos, nos zambullíamos en el agua y cuando salíamos el pelo me sabía a sal. Jugábamos a ser sirenas hasta que el abuelo nos llamaba y entonces nos tocaba coger las cosas, sacudirnos los pies de la arena y volver a casa a darnos una buena ducha. Mis padres siempre insistían en que me embadurnase bien en AfterSun para no tener escozor al día siguiente.
Volví en mí. El grifo goteaba, el bote seguía en el suelo, la crema en mi mano. Aspiré de nuevo su fragancia y me recreé en ella nuevamente antes de que una lágrima rodase por mi mejilla y dejase un surco de nostalgia. Me la limpié con el brazo. Terminé de echarme la crema, me cercioré de que había dejado bien cerrado el grifo, coloqué el bote en su sitio, me vestí y apagué la luz.
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RAMAS ENCORVADAS: historias y desvaríos en flor
Short StoryCuenta la leyenda que si besas la áspera corteza de una rama encorvada, nace una flor y sus pétalos, al volar, narran historias. ¡Besa este tronco y lo descubrirás! Hay muchas historias, desvaríos, opiniones y maravillosos desastres a punto de flore...