El Zapatito

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Cenicienta no podía soportarlo. Su zapatito de cristal era de lo más incómodo. ¡Ya podía haberle preguntado su talla el hada madrina! Qué poca consideración la tenían todos. No. Decididamente no aguantaba más, ni tan si quiera podía fijarse en el príncipe, es más, se escondía entre la multitud para que éste no pudiese verla y pedirle bailar, suceso obligado y probable, pues ya había mostrado interés en ello el heredero.
El zapato no era la única decepción de la muchacha; al dolor físico se le había unido una profunda desilusión al ver al susodicho delfín, a quien no encontraba ningún atributo cercano a lo positivo.
Se paró en seco. Se marcharía antes de las doce, ¡vaya si lo haría! Se quitó los zapatos y salió corriendo. Bajando las solitarias escaleras, al fondo del jardín, por el rabillo del ojo vio que alguien la seguía. Asustada, pegó un grito y arrojó el zapato hacia atrás con tan mala suerte que al girarse se encontró con el príncipe tumbado. A la chiquita sólo se le escapó un "oh" cuando supo que lo había matado.

RAMAS ENCORVADAS: historias y desvaríos en florDonde viven las historias. Descúbrelo ahora