¡Pobre petirrojo!

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Un grupo de amigas caminaban despacio por medio de un bosque. En el sendero, se encontraron a aquel petirrojo que solía entretenerlas con su canto. Una se acercó a él y le miró con lástima. "Pobrecito, tiene un ala rota" le dijo a sus amigas.
Se reunieron todas alrededor del ave y le consolaron con palabras tan dulces como su piar.
Entre ellas, apenadas por el pajarito, hablaron de cómo ayudarle y este, las escuchó conversar.
Una propuso llevárselo a casa hasta que se recuperase, otra sugirió comprar alpiste de la mejor calidad y la última, de hacerle compañía para que se sintiese aún mejor; "bien es sabido -dijo- que el amor es el remedio para muchos males".
El petirrojo se sintió conmovido por la implicación de sus amigas a la hora de ayudarle.
Aquella que lo resguardaría en su casa, lo cogió con cuidado entre sus manos, lo miró y, de repente, se quedó blanca: había recordado que ya no tenía jaula; ¿dónde metería al pájaro ahora? Se disculpó varias veces y, tan avergonzada estaba, que le pasó el ave a una de sus amigas y salió corriendo de allí.
Las muchachas la observaron marcharse, preocupadas. Volvieron la cabeza y tranquilizaron al petirrojo. Ninguna, al parecer, podía cobijarle, pero le traerían comida y mientras estuviera convaleciente, se sentarían a su lado.
Pronto, una de ellas tuvo que irse, su gato, dijo, se sentiría solo si no volvía.
Tan solo quedó allí una de las amigas, a la que el petirrojo tenía un cariño tremendo.
Empezó a tener hambre y ella lo notó. "¡Oh! -gimoteo- El pueblo queda lejos, no puedo traerte nada para comer, prueba esas hierbas, parecen deliciosas".
El pajarito, decepcionado, se resignó a comer aquello que su amiga le había sugerido justo antes de irse rápidamente al recordar que tenía una cita.
El mal sabor de boca inundó su pico. Se sentía solo y aún más dolorido; además del ala, le dolía el corazón desarropado por aquellas personas que él tanto quería y admiraba. Aquellas manos que se ofrecieron, amables, a prestarle auxilio, habían huido de él, de su amigo.
Lloró un poco y, tras el disgusto, las perdonó porque todavía las quería.

Pasaron los días y las jóvenes, demasiado ocupadas para dar paseos, no volvieron a ver al petirrojo, quien, sin refugio, comida y compañía, murió a los pocos días.

RAMAS ENCORVADAS: historias y desvaríos en florDonde viven las historias. Descúbrelo ahora