04.

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Al día siguiente cuando despertó, lo primero que hizo fue darse un baño y una vez lista, bajó hasta la cocina para prepararle algo ligero para Felix; una ensalada de frutas le pareció una buena idea.

Sandía, melón, fresas y manzanas verdes fue lo que necesitó para prepararla. Mientras picaba la fruta pensó que sería ideal llevarle un jugo natural de naranja. Una vez tuvo todo listo, lo embolsó y, después de enviarle un mensaje a su madre diciéndole que iría al hospital, salió de casa.

Cada vez que iba hasta allá, rogaba por encontrarlo bien. La idea de que algo le pasara a Felix estando en el hospital le aterraba y por eso mismo trataba de no pensar en ello. Para su fortuna, cada vez que llegaba sólo se encontraba con noticias de que iba mejorando, y ese día no fue la excepción. Felix se alegró al verla.

—Te traje algo —extendió la bolsa hasta él—, creo que no has probado nada de fruta estos días y quise prepararte unas. —sonrió.

—Gracias. —Felix no tardó en destapar el recipiente y comenzar a comer.

—¿Y tu mamá?

—Recién se fue —llevó un poco de sandía a su boca—. Ah, esta fruta está sabrosa.

—Escogí las más frescas para ti. —sonrió amplia.

—Mamá está muy agradecida contigo. Me ha dicho que no has dejado de venir ni un día, incluso cuando estaba inconsciente. —el pecoso la miró furtivamente y regresó la vista al tazón de frutas.

—Oh, bueno... Me importas mucho, Felix —colocó su mano sobre la de él para acariciarla. Otra vez su tacto era muy cariñoso, demasiado—. Somos mejores amigos, ¿lo olvidas?

—No lo olvido —sonrió—, somos mejores amigos, ___. —remarcó su nombre para que ella se diera cuenta de que esta vez no lo había olvidado.

—¡Ah, no lo olvidaste esta vez! —rió bajo, aplaudiendo suave.

Antes de poder decir algo más, alguien abrió la puerta, una enfermera en específico. Dijo que debía colocarle una inyección a Felix, cosa que no le llevó mucho en hacerlo y una vez que estaba hecho, salió.

—Ya quiero salir de este lugar, la inyecciones me aterran. —susurró lo último con voz juguetona. Ella rió.

—Lo sé, detestas todo lo que da miedo.

—A nadie le agrada eso. —hizo una mueca de disgusto.

—Bueno... Yo soy amante del terror, aunque sea una miedosa. —rió.

Y así se quedaron por un buen rato hablando. Ella amaba pasar tiempo así con él y él se sentía bien con ella. Lo mejor era que el tiempo de visita no tenía límite, pues Felix ya estaba mejor, así que podía estar todo el día con el si así lo deseaba.

Las horas transcurrieron hasta que cayó la noche y comenzó a volverse bastante tarde, fue ahí donde recibió una llamada de su madre. Ella contestó.

—Sí, madre.

¿Dónde has estado todo el día, señorita? Es tardísimo. —hablaba algo alterada, pero más molesta.

Felix pudo escuchar su cuchicheo y sólo rió por lo bajo, negando.

—Estoy en el hospital mamá, te lo dije.

Pero pensé que sería una visita corta. ¿Te la pasaste todo el día allí?

—Sí... —rascó su cabeza, algo incómoda, seguro se le venía un regaño.

Oh jovencita, ¿en que piensas? No puedes andar sola por las calles a altas horas de la noche su madre suspiró desde el otro lado de la línea—. Iré a recogerte, quédate allí.

—Sí, señora —entonó obediente, su madre suspiró una vez más y colgó, por lo que la castaña guardó su celular para mirar a Felix—. ¿Puedes creer que ni siquiera me di cuenta del tiempo? —soltó una sonora carcajada y llevó una mano a su frente, sorprendida de ella misma— Mamá, vendrá por mí. ¿Debería esperarla afuera o...

—Mejor esperala aquí.

La menor asintió y se dispuso a charlar un poco más con él en lo que esperaba. Al cabo de unos quince minutos recibió un mensaje de su madre, diciéndole que ya estaba allí.

Se acercó a Felix, quien miraba hacia el reloj colgante. Quiso darle un beso mientras él estaba distraído pero cuando acercó su rostro para hacerlo Felix volteó su rostro, provocando que ella besara la comisura de sus labios.

Ambos se miraron algo atónitos para después reír de forma nerviosa.

—Ahm... Yo... debo irme, mi mamá ya está afuera esperándome.

—Está bien —frotó su cuello, igual de nervioso que ella—, gracias por venir.

—No hay de qué. Adiós. —le sonrió por última vez y se encaminó hasta la puerta.

—Adiós. —musitó él una vez que ella salió. Llevo su mano a la comisura de su labio y sin intención alguna, sonrió.

Mientras tanto la castaña se mantenía absorta en sus pensamientos. Ni siquiera prestaba tanta atención a los regaños de su madre, después de todo, su mente estaba siendo invadida por ese reciente momento en el casi lo besó.

Memories ; Lee FelixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora