San.

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Osomatsu abrió sus ojos lentamente, aún somnoliento y con cierto cansancio. En cuanto su vista se enfocó bien, pudo observar como ya no estaba en el tejado junto a Karamatsu, sino que yacía en el futón, a su lado. Aquello le provocó cierta confusión, pues lo último que recordaba era estar consolando a su hermano tras aquella conversación durante la noche, apoyándose el uno en el otro. Cerrar sus ojos y... Encontrarse aquí.

Giró su cabeza y vió como el azul dormía plácidamente, pudiendo comprobar como su rostro ya parecía mucho más tranquilo y calmado, sin aquella expresión de terror en él. Sonrió aliviado al ver que había sido de ayuda, de soporte. Aquello era lo único que le hacía sentir bien con su persona en aquel momento.

Dió por hecho que había sido alguno de los hermanos menores quien les había traído hasta aquí, pues quien hubiese sido se había tomado muchas molestias por cubrirles bien con la manta y que estuviesen bien acomodados. Supuso que se trataba de Choromatsu, el cual fue quien interrumpió la confusa escena entrando en la habitación con el ceño fruncido y una expresión de molestia en su rostro.

–Arriba, inútiles hermanos mayores. Hoy es día de buscar trabajo, ¿recordáis? –hablaba, y el de rojo se levantó, haciéndole callar tapando su boca con la mano de inmediato, mirando al de azul.

–Choro-kun, no seas tan malo. Ya me levanto, pero deja más rato a Karamatsu, ¿sí? No ha dormido bien. –pidió, y el de verde apartó su mano con desprecio para luego mirarle de nuevo, algo confuso por sus palabras.

–¿Qué pasó?

–Digamos qué... Karamatsu no es de acero, al igual que nosotros.

–No soy idiota, Osomatsu. Me refería a qué hacíais en el tejado de noche. Me encontré a Karamatsu llevándote en brazos para ponerte a dormir. –explicó, y los ojos del mayor se abrieron del todo por aquella aclaración. Había sido el azul quien le había traído hasta allí. Le miró con desconcierto, ladeando la cabeza.

–¿Karamatsu...?

–Hasta me dijo que no te culpara, que si alguien tenía culpa era él.

–Ese idiota... Siempre igual de doloroso. –comentó, ampliando aquella sonrisa boba que había formado al oír aquello. Choromatsu no era ciego ni mucho menos idiota, siempre había notado aquella manera en la que miraba al segundo, lo cual siempre ha mantenido callado como una observación. Un sonrojo apareció en las mejillas del rojo. El verde miró a Osomatsu, algo preocupado.

–Osomatsu nii-san. ¿Estarás bien si te separas de él? –preguntó, llamando su atención y captando de nuevo su mirada. –Cuando hagamos nuestra vida. Ya está decidido, no irás a echarte atrás, ¿verdad?

–No, no lo haré. Y estaré bien. –respondió, con una sonrisa muy diferente a la de hacía unos instantes. Sabía que no estaría bien, que sólo fingía. Y eso hizo preocupar aún más al tercero, que siempre había sido cercano al mayor.

–Osomatsu, sé que no puedo parecer alguien de plena confianza. Pero no me niegues que la manera en la que miras a Karamatsu nii-san es distinta. Siempre lo ha sido. –comentó, y Osomatsu ahora no pudo evitar soltar una pequeña risa. Su mirada reflejaba tranquilidad y complicidad con el asunto, lo cual hizo extrañar al otro, quien no se esperaba aquella calmada reacción.

–No te lo negaré. Karamatsu me gusta, y mucho. –confesó, mirando al chico mencionado. –Pero hay cosas que no puedes evitar.

–Quizás, si lo habláseis... –ofreció, pero el mayor negó con la cabeza antes de que pudiese acabar su frase.

–No hay nada que hablar. Así ya está bien. Venga, ves a desayunar. Yo me encargo de despertar a Karamatsu, ¿vale? –dijo, aún completamente calmado. Pero Choromatsu pudo ver algo nuevo en él. Pudo ver el miedo que sentía, reflejado en su rostro. Suspiró, y al saber que no tenía otra opción, salió de la habitación.

Osomatsu suspiró y se sentó en el suelo, al lado del rostro de su hermano, que aún dormía profundamente sin tan siquiera haberse inmutado de la conversación con Choromatsu. Dejó ir un suspiro, triste y melancólico, enamorado y bobo.

Porqué si Osomatsu era la viva imagen de la confianza para los hermanos, Karamatsu lo era de la abnegación y la bondad. Un chico que apenas pensaba en si las acciones tendrían consecuencias fatales para él con tan de que sus seres queridos estuviesen bien. Sonaba muy estúpido para los menores, esa falta de interés por uno mismo y el excesivo amor por ellos. No lo entendían, alguien que era tan narcisista preocupándose por otros.

Karamatsu no era narcisista. Y el único que lo entendía al cien por cien, era el de rojo, el cual sabía que todo aquello lo hacía porqué era su forma de ser.

No actuaba, de verdad amaba a sus hermanos por muchos desprecios que hubieran sido ocasionados hacia él por su parte. Los narcisistas se tienen a ellos como centro de atención, teniéndose en una alta consideración y un insano enamoramiento por ellos. Y él, no era así.

El único que sabía verlo y no le trataba como tal, era Osomatsu. Conocía bien a su hermano, siempre habían sido cercanos de alguna manera, especialmente en la escuela media. Siempre hubo aquella especie de característica que les unía, ese miedo a la soledad.

El mayor siempre había tenido sentimientos por él. No podía negar que el chico tenía aquel encanto que hacía que sólo quisieses conocerlo más y más, saberlo todo de él y escucharle hablar sin parar acerca de sus aficiones, gustos o incluso temores y preocupaciones. Sus labios, finos y suaves, como éstos se movían al articular alguna palabra. Aquellos detalles eran los que también amaba observar.

Cerró sus ojos, aún con aquella sonrisa en su rostro, recordando la calidez que su cuerpo transmitía contra el suyo, su respiración pausada y lenta rozando su cuello, erizando su piel. Su suave voz en aquella noche que recorría cada extremo de su ser. Era como música que te hace sentir. En su caso, su simple voz podía hacerle sentir tan bien. Tan enamorado.

Acarició su cabello, como tanto le gustaba hacer. Con cuidado y ternura, para no despertarle. Observando su rostro y viendo lo adorable que se veía. Karamatsu era hermoso, a ojos de Osomatsu. Era como el más bello poema para los escritores y el más hermoso cuadro para los artistas. Y, probablemente, dejarían de verse. Seguirían con sus vidas, avanzarían. No podía evitarlo.

Karamatsu se escapaba de sus manos.

[...]

Sakura No Ame. | OsoKaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora