Ni-ju-ichi.

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–¡Osomatsu...! –exclamaron los hermanos, al verlo regresar de la estación de tren. El de rojo levantó la mirada y sonrió al ver que le estaban esperando.

–¿Has logrado alcanzarlo? –preguntó el rosado, intrigado y a su mismo tiempo preocupado por el mayor.

–Sí, lo he hecho. –respondió, notablemente dolido por su despedida. Trataba de esconderlo, pero esta vez, no era como las demás veces. No podría esconderse de ellos.

–¿Estás...? –empezó el verde, sabiendo que no estaba bien, pensando que quizás querría hablarlo.

–Estoy perfectamente. –respondió, y avanzó hacia dentro de la casa, pasando de largo de sus hermanos sin dar más explicaciones. Sólo quería tumbarse e ignorar a todo el mundo, pero una mano le detuvo.

–Osomatsu nii-san. –le llamó, y el de rojo se sorprendió al oír que fuera él. De todos los hermanos, era del que menos esperaba que le siguiera exigiendo una explicación sobre sus sentimientos.

–¿Ichimatsu? ¿Qué quieres...? –empezó a cuestionar, pero no pudo preguntar nada más, pues el morado había cogido la cabeza del mayor para estrecharla contra su pecho en forma de abrazo. Sus ojos se abrieron con sorpresa ante aquella conducta que había adoptado el cuarto Matsuno, pero no se negó.

–Tú siempre me dices que no debo guardarme lo que siento. Me das un hombro para llorar. Ahora es mi turno consolarte a ti. –dijo, y el mayor se separó para mirarle. Estaba vulnerable, y lo demostró aún más cuando se dejó caer al suelo de rodillas. Ichimatsu se sentó en el mismo suelo, notando como Osomatsu apoyaba su cabeza sobre sus piernas.

–Ichimatsu... No es justo. –susurró, mordiendo su labio inferior para contener sus sollozos. El menor pensó que acariciar su cabello sería una buena idea, y así lo hizo.

–No lo es. Nunca lo es. –respondió, y la mano de Osomatsu agarró con fuerza el pantalón de Ichimatsu. Era frustración lo que sentía.

–Yo... No quiero.

–Nadie quiere esto.

–No lo entiendes, yo... –empezó, y volvió a morderse el labio antes de seguir hablando. –Estoy enamorado de él, Ichimatsu.  –confesó, de una vez por todas, de nuevo siento consolado por el menor.

–Lo entiendo, aunque no lo creas.

–Me prometió que no me dejaría. –lloraba, dolido por haberse tragado aquella mentira tan fácilmente.

–Hay promesas que no podemos cumplir.

–Esto... Es una mierda. Acaba de irse y... Dios, como duele... –la impotencia y el dolor nunca hacían buena pareja. Sin embargo, ahora se mezclaban en el corazón del chico, haciéndole sentir una especie desprecio a aquella sensación. Le revolvía el estómago solo de pensar.

–Llora todo lo que necesites. –su tono sonaba extrañamente comprensivo y fraternal, algo que jamás había notado en el cuarto hijo.

–Gracias... –pero no preguntó, se dejó llevar por la comprensión que irradiaba en aquel momento.

[...]

Allí se encontraban, cinco chicos con la misma mirada entristecida y una sonrisa forzada, mirándose entre sí, esperando a que alguno de ellos se atreviera a hablar. Un suspiro llamó la atención de todos, clavando su mirada en el chico que había irrumpido en el abrumador silencio formado en el ambiente.

–Ya ha llegado nuestro día de despedirnos. –habló el de rojo, mirando a sus hermanos menores, que habían bajado sus miradas al sentirse tan presionados por la sonrisa esbozada del primogénito. Qué derrochaba confianza e hipocresía.

–Así es. Nos independizamos. –añadió el de morado al argumento del rojo, sin aún creerse su propias palabras. Buscar un trabajo era una cosa, pero, ¿abandonar su hogar? Oh, eso era muy distinto.

–Pensar que solo han pasado un mes desde que empezamos a trabajar. Y ya nos vamos. –comentó el tercero, mirando a los que aún no habían aportado nada a la conversación que tenía lugar.

–Es raro pensar que ya no viviré con vosotros. Os echaré de menos, inútiles. –confesó el menor, con la fama de no tener corazón, mostrándose algo sensible con ellos aunque lo odiase.

–Nunca dudéis que sois unos idiotas, buenos para nada y unos vírgenes. –empezó Choromatsu, mirando a todos y cada uno de los presentes. –Pero os echaré mucho de menos.

–Yo también, aunque no os soporte a ninguno.

–¡Yo también! ¡Pero volveremos a jugar a béisbol juntos, ¿sí!? –la alegría amarilla que tantas sonrisas regalaba, seguía haciéndolo, aún apunto de derrumbarse.

–Eso ni lo dudes, Jyushimatsu.

–Esto es un adiós.

–Aún así... Siento que falta alguien. Aunque nos despidiésemos de él... Karamatsu nii-san debería estar aquí.

–No pensemos en ello. Sigamos nuestros caminos. –dijo el tercero, con una sonrisa, y todos asintieron. El ambiente fue roto por el mayor, el cual se abrazó sin previo aviso al de verde.

–¿Osomatsu nii-san...? –murmuró, notando como enterraba su rostro en su hombro desesperadamente. Los menores miraron la escena confusos, pues normalmente Osomatsu solía callar sus sentimientos para ser el pilar que todo lo aguanta. Pero supusieron que los pilares tienen un límite

–Os odio. Sois mis enemigos, jamás penséis lo contrario. Os odio con toda mi alma... –murmuraba, entre lágrimas, sin fingir que estaba bien. Se aferró con más fuerza al verde, que acariciaba su espalda con cariño en forma de consuelo. Notaba como agarraba su sudadera con fuerza.

–Nosotros también te queremos, nii-san. –le susurró, sonriendo compasivo, escuchando los sollozos de su hermano. Secó sus lágrimas y se separó del verde, disculpándose en voz baja. Se odiaba, puesto que no estaba acostumbrado a derrumbarse delante de su hermanos. Un ruido fue lo que interrumpió la conversación.

–Bien. Ha llegado mi taxi. Nos vemos, chicos. –se despidió el menor de todos, con una sonrisa, subiendo sus maletas para después subir él.

–Adiós, Todomatsu. –se despidieron al mismo tiempo, hasta que llegó otro. –Oh, este es el mío.

–Ichimatsu... No mates a nadie, ¿eh? –bromeó el rojo, volviendo a su actitud burlona de siempre. Y el mencionado esbozó una sonrisa.

–No mataré a nadie antes de ti, no sufras. –dijo, y metió sus maletas en el vehículo antes de subir él.

–¿Vais a poder tener una relación a distancia? –cuestionó Osomatsu, mirando al de verde que sonreía tranquilo ante el tema.

–Bueno, vivimos en la misma ciudad. –depositó un beso en los labios de Choromatsu que provocó una reacción agridulce. Dulce para el verde, agria para el rojo, pues recordaba los besos que Karamatsu le brindó. –Adiós, idiotas. –otro taxi que se marchaba.

–Esta vez es el mío. –guardó todo su equipaje y se metió en el coche. –¡No os olvidéis de mí!

–Claro que no, idiota. Adiós. –se despidió el mayor, y Jyushimatsu sonrió alegre a sus dos hermanos. Otro llegó.

–Osomatsu nii-san. Este es el mío.

–Bien. Qué te vaya bien, Choromatsu. –le deseó, sincero.

–Igualmente, Osomatsu. –le deseó de igual forma. Subió y esbozó una sonrisa en forma de despedida. El coche se marchó también.

–Y de nuevo... Me he quedado sólo. –murmuró, agarrando sus maletas y caminando hacia su nuevo hogar. Miró por última vez la casa donde se había criado.

Y raramente, sonrió.

[...]

Sakura No Ame. | OsoKaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora