4:Confrontación.

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Sentado en su sillón de cuero y una copa en la mano. Esperaba la llegada de su flamante esposa. Al parecer nadie en aquella maldita casa sabía dónde estaba. Le ordenó a su guardaespaldas personal que la encontrará. Gino era su guardaespaldas y hombre de confianza, no iba a ningún lado sin él. Era su amigo y consejero. Aunque no siempre hacia caso a sus consejos.

Gino era un hombre mexicano, de complexión robusta y con rasgos bien marcados. El hombre parecía un matón.

Recordó la expresión de Mariza cuando le había visto por primera vez, ella había tenido miedo de él. Pero con el tiempo se había ido acostumbrado a él. Y para su asombro el hombre de había encariñado con la joven. Gino no era precisamente un hombre afectuoso.

La muy sínica, también le había engañado con su actitud de mujer inocente. El hombre estaba al tanto de todo, si había alguien en quien el confiaba plenitud era en Gino, con él no tenía secretos.

La puerta se abrió y vio a su hermana pequeña. Era algo que odiaba de Alicha, ella no respetaba su intimidad. Cualquier otra persona habría tocado antes de entrar, pero no su hermana. Él sabía que estaba sobre mimada, al ser la más pequeña cuando su padre había muerto, todo el mundo la había consentido e incluso él. Ella apenas tenía nueve años cuando perdió su padre y el veintidós, había sido la única figura paterna que ella había tenido. Se podría decir que era más una hija para él, que una hermana. La adoraba.

- Ya se lo que vas a decir, pero es que tenía algo que decir. Tú esposa llegó. Debes de tener cuidado, hermano. Sabes que esa mujer no es de fiar- dijo la joven, ella amaba a su hermano, sentía admiración por él, era por eso que tenía que hacer que el estuviera con la persona adecuada. Además no podía permitir que ella le robara a su hermano, la mujer era egoísta.

-Basta- gruñó.

Salió de allí, hecho un demonio.

Alicha sonrió, muy pronto aquella mujer estaría fuera de su casa y de sus vidas.

Se le borró la sonrisa al escuchar la voz de su marido. Y sintió tristeza, antes solía sonríe con alegría con lo escuchaba llegar. Pero eso había cambiado. Ahora lo más que quería era evitar verlo, evitar enfrentamientos con él.

No le dio tiempo a entrar a la casa, en un segundo él estuvo a su lado, parado frente a ella. La miró como si se tratase de una cualquiera, vio el odio, la furia en sus ojos y eso le asustó.

Él la apretó por los hombros y el brusco movimiento la desequilibró.

-Suéltame- susurro asustada.

Él era un hombre fuerte y grande. Estaba molesto y parecía fuera de sí, Aquél hombre quería un pedazo de ella.

Ella sabía que no era la clase de persona que perdía la compostura con facilidad, por eso su actitud le alarmaba.

-Cállate- le espetó él.

Su tono de voz, fue suave e incluso calmado. Aquello le asustó un más.

Se liberó de él y corrió hacia la casa, él estaba muy enfadado lo mejor que podía hacer era alejarse.

Él la atrapó y lo hizo con brusquedad.

Prácticamente la lleva arrastrándola.

-Me haces daño - se quejó- ¡Suéltame!- grito.

La soltó, pues su intención no era agredirla, nunca en su vida le había pegado a una mujer y desde luego no empezaría ahora con una mujer embarazada. Aunque deseo de matarle no le faltaban a veces.

La tomo en brazos y la llevó directo a su habitación. La dejó en la cama con estrenada delicadeza, la inmovilizó con su cuerpo.

-¡Estás loco! ¡Suéltame de una buena vez!

No la soltó, solo sonrió con frialdad.

- Me han contado de tus saliditas extraña.

-¿Y qué es lo que te han contado?- pregunto, mirándolo con rabia.

-Eres una mujer casada, no voy a permitir que me avergüences con tu comportamiento.

-¡No he hecho nada de lo cual deba avergonzarme!-objeto.

-Solo te advierto que por tu bienestar, tengas mucho cuidado, se más de lo que crees.

-¿Me estás amenazando?

- Tómalo como quieras. Ahora respóndeme ¿Dónde estaba? ¿A dónde diablos vas, cada vez que sales sola?

-No tengo porque darte explicaciones- rugió, acaso me las das tu cuando sales. Ni siquiera tuviste la gentileza de avisarme que te ibas por una semana, asique déjame en paz, hare lo que quiera.

Su respuesta solo le causó más enojo. La soltó para evitar causarle daño sin querer. Pues la maldita mujer, sabía cómo sacarlo de Casillas.

Ella se bajó de la cama, a toda prisa.

Se alejó de él, tanto como le fue posible, intento abril la puerta pero esta estaba cerrada.

- Déjame salir- demandó.

-¿Dónde estaba?

- Salí a caminar un rato- dijo la verdad, para terminar con aquello e irse a su habitación.

- Dime la verdad- trono.

- ¡Es la verdad!- grito.

-Mientes- lo dijo sin dudar. Aquello le dolió. Como era posible que él, le tratara así, acaso había olvidado todo lo sucedido ente ellos, pero que ¡idiota! Para él no había significado nada.

-No tengo porque contestarte.

-Eres mi esposa.

- Y tu mi esposo. ¿A caso me diste alguna explicación de porqué tu viaje repentino? No. Me enteré que no estaba por una de las empleadas. Crees que tienes derecho a exigirme algo, cuando tú apenas me hablas. Te comportas como si yo tuviese leprosa.

-No digas estupideces. Es diferente, estaba en un viaje de negocios- objeto.

- Si, en un viaje de negocios con Mariel. No soy estúpida.

-Es solo una amiga, la encontré allá por casualidad- trono.

-Viajaste para reunirte con ella. Al día siguiente de tu boda. Sé que es solo un contrato pero al menos debería cumplir con tu parte.

Apretó la mandíbula y solo la miró.

-No tienes moral, para reprochar nada. Tú diste el primer paso.

-¿De qué hablas?-dijo desconcertada. Al parecer él le acusaba de algo, pero no sabía de qué.

-Intentas verme la cara de estúpido. Tú fingida inocencia. Era buena actriz, cariño.

-Abre la puerta, me voy de aquí- dijo llena de dolor.

- Cuidado con lo que haces- le advirtió- No quiero un escándalo.

Como podía tener el descaro de decirle aquello, cuando él había salido en la portada del periódico con aquella mujer colgada del brazo.

-Hare lo que me dé la gana- grito.

Grave error. La sostuvo entre sus brazos, la apretó contra su cuerpo. La tenía aprisionada con su cuerpo.

La beso con brusquedad, la deseaba maldito fuera, pero la deseaba.

El beso terminó de repente como había iniciado. Él levantó la cabeza y la miró a los ojos.

-Me deseas, aún lo haces-la soltó y abrió la puerta para que ella saliera.

Caminaba aturdida y con los ojos empañados. Se sentía humillada. Había correspondido a su beso.

Maldito fuera aquel hombre, por hacerle sentir tan débil, maldecía su cuerpo por haberle correspondido.

Salvatore estaba furioso no había podido frenar su deseo por ella, aun la deseaba. Aquello estaba mal, pero no podía evitarlo.

Si tan solo ella no le hubiese engañado, pensó con pesar.

Mariza se encerró en su habitación, no iba a llorar por Salvatore Lombardi, se dijo. Pero mientras pensaba aquellas palabras las lágrimas corrían por su rostro.

Boda por obligación. (4- Serie magnates apasionados)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora