8. malos sentimientos

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Después de tres horas de clases, es hora del famosísimo LUNCH TIME.

¡Dios, cuánto extrañaba las horas de comida!

Entro a la cafetería con el libro que me tocó leer y busco a Jamie, pasando mi mirada por las mesas. Cuando la encuentro, la veo sentada con otras chicas. Me acerco a ella con una sonrisa y cuando me ve me la devuelve.

—Jamie ¿sabes qué hora es? —es lo primero que le digo.

—De hecho no, ¿qué hora e...

—¡¡¡LUNCH TIME, LUNCH TIME, IS THE FREAKING LUUUUUNCH TIME!!!

Cuando termino de cantar, miro a las chicas que estaban sentadas con Jamie, y digo estaban porque me miraron raro y se fueron. Qué bien... inconscientes.

Me siento quedando enfrente de Jamie, que no para de reír.

—Me levantaste los ánimos un cien por ciento... —dice entre risas.

—Me alegra haber contribuido en tu recuperación —le contesto poniendo mi libro sobre la mesa—. Voy por comida, ahora vuelvo.

Me levanto de mi lugar y agarro una bandeja, tomo un sándwich de pavo, una manzana verde, un jugo de durazno y ¡queda un solo pudín!

Este día iba de la mierda, y acaba de mejorar.

Acerco mi mano para tomar al amor de mi vida,  cuando otra mano lo toma rápidamente y me deja a medio camino de llegar a donde había estado mi postre.

—Es mío —dice con seriedad el imbécil, ególatra e insensible de Jack.

Oh, no. Con mi pudín no.

—Yo lo vi primero. Es mío. Ahora dámelo. —Casi ladro.

Se lo quiero arrebatar pero él es más rápido y quita su mano donde tiene el pudín, alejándome de él.

Aprieto mis labios y le hago mala cara.

—Joder, dámelo, es mío...

Sigo tratando de arrebatárselo pero soy más pequeña que él y lo único que consigo es enojarme más y más.

Cuando noto que Jack está mirándome como si no tuviera remedio, la rabia me posee.

—¡Yo lo vi primero! ¡Es mi comida! ¡Devuélvelo, ladrón de pudines! —le grito, haciendo que la mitad de la cafetería me vea como si estuviera loca y la otra mitad se esté riendo.

Jack blanquea sus ojos y abre el pudín, toma dos cucharas y pone una enfrente de mí. Yo solo lo miro confundida.

—Lo compartimos y ya.

Justo cuando estoy por hablar, Margaret, la cocinera, se acerca a mí con otro pudín en mano.

—Niña, si querías otro pudín, solo tenías que pedirlo —dice con cansancio en su voz entregándome el dichoso postre.

Mis mejillas comienzan a calentarse en cuestión de segundos. En mi defensa, era el único que estaba al ojo público.

Aunque yo ya estoy acostumbrada a hacer el ridículo frente a tantas personas, usualmente solo quiero pasar desapercibida. Soy un cero a la izquierda que no le gusta ser el centro de atención, aunque a veces se me haga difícil por lo torpe que soy.

Miro de nuevo a Jack y me centro en sus ojos azules, que me están observando. Se encoge de hombros y se mantiene impasible.

—Entonces más para mí.

Atrápame si puedesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora