22. ¿soltero?

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—¡¿Quién carajos tomó mi sudadera?! —grito mientras busco entre todos los cajones mi sudadera favorita.

Oh, si mis mamás la metieron a la caja de donaciones juro que las mataré.

—¡Está en la caja de donaciones! —grita Ronnie desde la planta baja.

Abro mis párpados con horror y salgo corriendo de mi habitación hacia afuera de mi casa, donde se encuentra el camión de donaciones.

Cuando noto que empieza a andar para ya largarse, yo corro intentando alcanzarlo.

—¡¡Espera!! ¡¡Aguarda, mi sudadera está ahí!! —grito mientras corro. Al parecer el conductor me escucha porque detiene el vehículo y corro hacia la puerta donde el señor se encuentra. Tratando de tomar aire, hablo—. Tiene... mi sudadera... no la quiero... donar...

El hombre hace una mueca y se baja del gran camión, me guía hacia la parte trasera del vehículo y lo abre con una llave.

—Al parecer algunos no logran despegarse de ciertas cosas —refunfuña y le lanzo una mirada antes de tomar la caja de donaciones y abrirla, encontrando así mi sudadera azul. La tomo con alegría y le sonrío al señor. Me alejo dando saltitos de felicidad.

—¡¿La encontraste?! —me grita mi madre desde el porche de mi casa. Sigo caminando hacia ella con una sonrisita.

Quiero decirle algo pero mi vista cae en la puerta de los Samuels siendo abierta, saliendo Jack de ella.

Me quedo quieta, observándolo mientras él se sienta en una silla afuera del porche de su casa. Abre el libro que tiene en sus manos y comienza a leer, sin notarnos por supuesto.

Ha pasado una semana. Una semana, y él no ha venido a disculparse. Tampoco es como si yo quisiera eso.

Porque no me importa.

Me importa más la caca de un mono con problemas estomacales que Jack se disculpe conmigo.

Así que no, no quiero su asquerosa discul...

¡Mierda, sí quiero eso!

Quiero su disculpa por ser tan frío con el tema de mi padre, y también quiero que volvamos a ser amigos... bueno, al menos estar cerca de él sin incomodidad.
Pero para él nada ha pasado, sigue siendo el atractivo genio que todas las chicas aman. Lamentablemente me apunto, pero jamás le diré eso a nadie.

Jamie y yo no hemos hablado demasiado esta semana, dice que ha estado ocupada pero no le creo. Algo más está pasando.

Cambiando de tema, la navidad fue tranquila, muy ruidosa. Mis madres invitaron a toda la familia a cenar, primos que no había visto jamás, tíos que no sabían de mi existencia hasta que me presenté, etcétera. Mis abuelos no pudieron venir porque viven en Minnesota, pero me enviaron dinero.

Ahora, a lo que todos nos importa realmente.

Hubo muchos, muchos regalos.

Al menos obtuve unos cuantos. La mayoría fueron entre los adultos y los demás para los niños pequeños, lo cual me molestó ya que aparentemente no estoy en ninguna de esas dos categorías, pero quienes me regalaron cosas se llevan un pedazo aceptable y sangriento de mi corazoncito.

Recibí tres paquetes de frijoles enlatados por mamás, —muy considerado por parte de ellas—, una bufanda hecha a mano por la tía Bertha, un cupón de Target gracias al tío Roger, unos calcetines de Spiderman por Jamie —los amé con mi ser— y por último uno que no he abierto ni pienso abrir hasta que tenga los ovarios bien apretados y sea una anciana senil.

Atrápame si puedesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora