2. LUNCH TIME

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* * *

—Vamos, Billie, tenemos que ir a la fiesta de Melissa —me susurra Jamie en el oído, mientras trato de prestar atención en cálculo. Es una de las materias en las que más me va mal, por supuesto tengo que prestar extra atención, pero Jamie me está complicando esa jodida tarea.

—No quiero ir a esa maldita fiesta, ¿por qué no vas con tu novio? —inquiero antes de darme cuenta de lo que dije.

¿Por qué soy tan impulsiva cuando hablo? Joder.

Mi mejor amiga me mira confundida y se relame los labios.

—Jack también irá, pero una fiesta sin Billie Jacobsen no es una fiesta.

Suelto una risita ante su argumento.

—Vamos, J. Hablas como si fuera el alma de las fiestas. De hecho soy el jodido hazme-reír.

Y es la verdad, me encantan las fiestas, las amo, vivo por ellas —es broma— pero sinceramente siempre termino haciendo el ridículo y un alma misericordiosa siempre tiene que llegar a salvarme de esa clase de situaciones.

Desde siempre he sido alguien revoltosa y juguetona, casi nunca me interesó ocasionar problemas porque de todas formas creo que mi tercer nombre es Problema así que me resigné al hecho de que no puedo estar tranquila sin ocasionar alguna clase de jodida catástrofe.

—Oh, Bill... de seguro nadie recuerda cuando te caíste del candelabro...

—Y aterricé en la vajilla de la mamá de Eleonora, sí, aún lo recuerdo.

Si me lo preguntan, esa fue la última fiesta a la cual asistí.

—¡Pero nadie sabe que fuiste tú! —trata de animarme y solo le doy una mueca. Está mintiendo y ella sabe que la descubrí.

—Desde entonces no dejan de llamarme "Free Bird" —respondo, frustrada, mientras borro con fuerza el desastre de operaciones sin sentido que no me han ayudado a resolver el problema.

No puedo concentrarme, la verdad, es que... es decir, sí me gustan las fiestas, pero yo no le gusto a ellas, así de simple. No veo el afán de ir siempre a una, de todas formas. Prefiero quedarme en mi casa viendo series para adultos que mis mamás no me permiten ver al menos que estén ellas presentes. Je.

—¿Por favooor? —vuelve a rogar, haciéndome la típica cara de perrito atropellado.

Lo que no sabe es que desde hace 2 años soy inmune a esa expresión facial.

—Ya superé esa cara —espeto, mientras que una hondeada de calor me llega. Me quito la gorra negra y acomodo mi cabello, ¡agh! ¿Por qué tiene que hacer mucho calor? Detesto el puto calor, prefiero el frío mil y una veces.

Jamie no vuelve a decir nada porque el profesor nota que estamos hablando y ella se pone a resolver los ejercicios. Me los explica detalladamente y logro hacer uno que otro. Así seguimos hasta que acaba la clase.

Después de salir de cálculo, escucho que Jamie me pregunta:

—¿Piensas cortarlo más? —apunta mi cabello.

—No. No me gusta cambiarme el look. A mamá le gusta que parezca retrato.

Mentira, si me dieran una moneda con las veces que me ha dicho que me deje crecer el cabello, compraría una isla.

¡Pero vamos! Que tenerlo hasta los hombros tampoco es malo.

Miro la hora en mi reloj mientras caminamos por el pasillo repleto de estudiantes y... ALELUYA, lunch time.

Atrápame si puedesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora