41. todo o nada

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Hoy es un día.

Sí, no me jodas, Sherlock.

Así es, subconsciente, pero no es cualquier día.

Es ese día hijo de perra, mugroso, asqueroso, sarnoso, maldito, endemoniado del mes. En palabras más coloquiales: día de morir gracias al periodo.

Soy una imbécil cuando estoy en mi periodo, una increíble hija de puta que se comporta como si fuera su último día en la tierra y le valiera mierda todo y todos. Como siempre, me gusta justificar mi conducta diciendo que todo es culpa de la jodida menstruación, —cosa que, sí es—, y así no soportar regaños de distintas personas, pero hoy... hoy lo siento diferente.

Hoy no estoy enojada como usualmente me siento en estos días. Hoy estoy jodidamente triste.

Y es aceptable, es aceptable sentir todo esto, lo raro es que a mí jamás me pega la loquera así. En mis días menstruales lo más normal que puede pasar es que esté cabreada hasta morir, jamás estoy o he estado triste en estos días, pero ahora no sé qué carajos me pasa.

Ni siquiera me quiero levantar de la cama.

Toc-toc, wu-juu, Bill, ¿puedo pasar? —escucho la voz de mi mejor amiga detrás de la puerta de mi habitación.

Intento abrir mi boca para soltar algún sonido afirmativo, pero no tengo las ganas ni las fuerzas de hacerlo.

Como no respondo, supongo que Jamie se percata de mi estado casi vegetal y entra al cuarto de golpe.

—Oh, Dios mío, Bill... —exclama con una mueca de asco—. Sal de una vez de la cama y ve a darte una ducha, ¿quieres? —se tapa la nariz mientras me quita la sábana con la que estoy tapada.

Me retuerzo en mi cama como un gato que acaba de ser mojado.

—No puedes seguir así... han pasado tres días, ¿te sientes bien, tan siquiera? —Jamie me pregunta con preocupación en su timbre de voz.

No tengo ganas de contestarle.

Lo peor y más jodido de estar deprimida, es que ni siquiera sé por qué lo estoy en primer lugar.

Podría haber muchas razones, como que mi papá me envió un mensaje hace dos días para decirme que quiere verme, o que Jack sigue juntándose con Emily —pero más moderadamente—, incluso... incluso que el director Darmont me está haciendo la vida imposible en la escuela. En sí, millones de razones, pero ninguna me cierra.

Creo que es verdad lo que dicen, a veces te entra la depresión a lo estúpido.

La cosa es que a mí jamás me había pasado.

—¿Quieres que te haga un té? Tus mamás fueron con tu tía Bertha —escucho que ella da unos pasos y se dirige a las cortinas de mi habitación para abrirlas.

La luz ilumina toda mi cueva y rápidamente le arrebato la sábana a Jamie y me tapo con ella para que la luz del sol no me pegue en la cara. He estado bastante familiarizada con la oscuridad estos pasados tres días que debo admitir que me reconforta de alguna manera.

—¡Listo, ya está! —me grita, sobresaltándome un poco y haciendo que baje la sábana de mi cara para mirarla un poco—. Bajaré y te prepararé una enorme taza de té de canela, y mientras estoy en eso, tú saldrás de esta bendita cama y te darás una larga y bien merecida ducha. Después te cambiarás, te vestirás decentemente y me dejarás limpiar tu habitación que huele a que algo se murió aquí, ¿entendido? —la castaña declara firmemente, cruzándose de brazos.

Atrápame si puedesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora