39. PELIGRO

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Estoy hasta la mierda de la cría.

¿Cómo te va con la dulzura? ¿Te cae bien? —me pregunta Jamie al teléfono con ese tonito que usan las personas mayores con los bebés. Es irritante, pero yo la llamé en primer lugar, así que no puedo quejarme.

—Si "bien" te refieres a tener que reprimir las ganas de atarla a una silla y taparle la boca con cinta mientras yo canto felizmente canciones de Shakira... sí, muy bien —digo sin aliento.

Miro de reojo a la mocosa que está tirada en el piso, recomponiéndose después de correr por toda la casa y chorrear agua de la piscina al suelo.

¡Ah, no puede ser tan malo! Amaría estar contigo y con esa dulzura en estos momentos para cuidarla... —expresa con voz soñadora.

—Sí, sí, sí, oye, ¿se le puede dar pastillas para dormir a una niña? Me está mirando raro y no me gusta —hago una mueca y le doy otra mirada a la pequeña tipa. Bufo y acomodo el teléfono en mi oreja.

Jamie ríe al otro lado de la línea y me regaña.

—No, pero si se te ocurre algo como eso, llamaré a servicios infantiles y les diré que drogas a criaturas indefensas.

Sé que no lo haría, pero lo mejor será que siga cuidando a la pequeña mierdita.

Suelto un suspiro y me despido de Jamie, advirtiéndole que si no salgo de esta casa después de las siete, soy mujer muerta.

Guardo mi celular en mi bolsillo y vuelvo a mi tarea de recostarme en el piso de la estancia junto a Annabelle.

—Billie, ¿tienes hermanos? —me pregunta de repente la porquería.

—Nahle respondo con flojera. Mierda, tengo frío.

Estamos acostadas en el piso y ambas tenemos aún el cabello mojado por haber nadado en la piscina; Annabelle ya trae puesta ropa seca, yo tuve que ponerme la misma camiseta roja de mangas cortas y el pantalón azul claro que me llega más arriba de los talones, en sí, lo que usé para ir a la escuela, el problema es que ahora la ropa está completamente mojada y arrugada.

La enana continúa hablando.

—¿Quisieras tener hermanos pequeños?

Casi gruño en cuanto pregunta eso. Al menos estaría mejor que dejara de hacer preguntas estúpidas.

—No, detesto a los niños —suelto sin vergüenza. Annabelle se queda callada por unos segundos y después ríe.

—¿Entonces por qué estás cuidándome?

—Pues porque me pagarán.

—¿De veras?

—No, pero deberían.

Está siendo una tortura.

Bien, espero que ya se calle. Necesito un momento a solas con mi mente.

Como es de esperarse, la pequeña mierdita me hace otra pregunta:

—Billie, ¿amas a mi primo?

¿Podemos seguir con las preguntas estúpidas, por favor?

Me tardo un poco en contestar, pero finalmente lo hago:

Atrápame si puedesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora