Sacrificios

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A veces, hay personas que pueden herir a los demás por el mero hecho de existir

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A veces, hay personas que pueden herir a los demás por el mero hecho de existir.

(Haruki Murakami)


Una semana antes...


Loraine cruzó la calle sin detenerse, incluso cuando el auto frenó de golpe delante suyo.

—¡Mira por dónde caminas! —le gritó el hombre con barba desde el automóvil.

Pero ella lo pasó de largo y en seguida se detuvo frente a una de las ventanas del club. Dejó que las lágrimas se abrieran paso por su rostro y pensó en todo lo que había vivido con su prometido.

El club nocturno Gregory había sido testigo de las muchas mujeres que llevaba su prometido Logan. No había sido el único lugar en donde había presenciado aquella traición. Loraine lo supo la tarde en la que lo encontró con su mejor amiga Kelsi, en su propia cama. Pasó exactamente hace apenas unas horas atrás, a pocos días de haber aceptado la propuesta matrimonial con el gran empresario y vendedor Logan Farrewell.

Caminó hacia la puerta en malas condiciones, todavía con los ojos húmedos de tanto llorar y desarreglada. Los últimos meses había tenido pesadillas con monstruos que se colaban bajo su ropa y que le clavaban filosos cuchillos por todo el cuerpo. No solo eso, su cabeza dolía tanto que la vista le fallaba y, en varias ocasiones, hasta podría haber jurado que tenía visiones con demonios y ángeles. Criaturas que parecían borrarle la memoria cuando salía del transe.

A lo mejor, todo aquello solo era producto de los miedos que acarreaba por haber presenciado la traición de su persona especial.

A sus veintitrés años, Loraine siempre había sido fiel, inocente y enamoradiza. Ahora que se daba cuenta, tal vez aquello le jugó una mala pasada. Logan no era la clase de hombre que pensó que era, ni tampoco la clase de futuro esposo que siempre deseó.

La música del club llegó a sus oídos, el olor a licor y sexo del ambiente la rodeó y no dudó ni un segundo en ponerse en marcha. Siempre había hecho lo que su madre quería: ser buena mujer, colaborar en casa y llegar a un horario medianamente temprano luego de la universidad de derecho.

Pero ahora todo lo que quería era escapar de ese mundo en la que se sometía constantemente, aquel de normas y reglas a cumplir.

Se ubicó en el único asiento libre de la barra, dejó su cartera sobre ella y se limpió las lágrimas.

El barman, un hombre en traje y camisa, joven, se acercó a ella con un vaso entre las manos y un repasador en la otra.

—¿Qué te sirvo, muñeca?

—Algo fuerte.

—¿Alguna sugerencia?

Loraine negó con la cabeza a su pedido.

—Lo que tengas estará bien.

El barman la miró de arriba abajo dudoso, para luego marcharse y así poder servirle la bebida.

Logan la llamaba muñeca.

Logan la trajo aquí en su tercera salida como novios.

Logan siempre le dijo que el alcohol no era bueno para una dama como ella.

Logan. Logan. Logan.

Se tapó el rostro y lloró. Las lágrimas eran de desesperación y rabia, el cuerpo le decía que tenía que hacer algo al respecto, tal vez vengarse y abandonarlo.

Tomó su celular de la cartera, fue a contactos y apretó el número de su comprometido para llamarlo y decirle que lo odiaba, que lo detestaba.
Se rehusó a hacerlo.

—¿Qué hace aquí una mujer como tú?

Loraine alzó la cabeza y se encontró con unos ojos negros, profundos y sexys. El chico probablemente no pasaba de los treinta, aunque su elegancia y sensualidad le daban un aspecto mucho más joven. Llevaba el cabello corto por las orejas, y al sonreírle, Loraine ya había caído.

—¿Una mujer como yo?

El barman vino a su encuentro y le dejó la bebida sobre la barra.

—Adivino—dijo el chico—¿Mal de amores?

—Encontré a mi prometido con otra mujer.

—Lo siento— dijo luego—Ha de ser muy doloroso.

Loraine no respondió. Tomó el vaso de vidrio entre sus manos y olió el trago. El alcohol le quemó la garganta solo un poco, pero de igual forma bebió.

Era fuerte. Capaz de borrar su dolor.

—¿Y tú? ¿Qué haces aquí?

—Estoy...tratando de arreglar ciertas cosas. Pero siempre hay algo que se interpone y...

—¿Tus padres?

—Mi hermano—respondió el chico—No nos llevamos muy bien.

—¿Por qué tu hermano? Normalmente los padres son los problemáticos.

—A veces—observó a Loraine de reojo, sus gruesos labios rosados, el hueco sexy que se le formaba entre el cuello y su clavícula. Tenía marcas, como si fueran moretones—las reglas del juego cambian y las apariencias engañan, ¿no crees? —Loraine mantenía la mirada en él. Hasta que el muchacho le extendió la mano—Xander Robinson.

Ella dejó escapar una tierna sonrisa. Sin dudarlo, le estrechó la mano a Xander y susurró un sexy:

—Loraine Stanford.

—Loraine Stanford

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✔ Tenebris/ Los hijos del Diablo  1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora