Capítulo 23

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—Capítulo 23—

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—Capítulo 23—

Con la moral corregimos los errores de nuestros instintos, y con el amor los errores de nuestra moral.

(José Ortega)

Llamo a la puerta de la habitación varias veces, pero nadie me contesta. Me detengo por unos minutos allí, frente a la madera pintada de negro, con temor a lo que me pueda encontrar.

Susan dijo que estaba delicada, que no pudo dormir por la noche por las pesadillas. Que Audrey ya no se ve como Audrey, que ya no tiene ese brillo en el rostro y que no hace chistes como solía hacer.

Sé que, si nada de esto hubiese pasado, Audrey no hubiera sido secuestrada por demonios. Pero no puedo volver al pasado para remendar cada error que cometido.

Así que respiro hondo y tomo valentía para girar el pomo y abrir la puerta.

Está oscuro, la única luz que hay se filtra por la ventanilla. Cuando enciendo la luz del escritorio, me encuentro con ropa sucia encima de la silla giratoria, cuadernos y papeles sobre el escritorio y un par de zapatillas por el suelo.

La puerta detrás de mí se cierra sola. Veo hacia la cama. Audrey está acostada entre sábanas y frazadas. No se mueve, no dice nada.

Rodeo la cama para tomar siento en el espacio desocupado. Ella gira hacia mí. Levanta un poco la frazada y me acuesto a su lado.

—Audrey...—susurro.

Deslizo a un lado las sábanas que tapan su rostro. Lo que encuentro me destruye: tiene un ojo morado, dos cortes en la mejilla izquierda y moretones por toda la piel. En donde el cuello comienza, allí por la izquierda, hay una herida cubierta con vendas teñidas de rojo.

—No es tu culpa—susurra ella, tomándome desprevenida. Abre los ojos, uno más hinchado que el otro—tendría que haberte creído. Tendría....

—No, si es mi culpa. No debí decirte, no debí contarte sobre el mundo de las sombras.

—Sí son reales, Blas—susurra con miedo—son reales.

Ambas lloramos en silencio. Con el dedo índice le aparto las lágrimas que caen por sus mejillas.

—Si—susurro entre jadeos—son reales y están aquí. Pero no todos son malos.

—Scott...

—Scott te salvó, Audrey—alza la vista cristalina sin poder creer lo que digo—no es como ellos. Él es...

—Es un demonio, Blas—me interrumpe—no puedes confiar en ellos.

No puedes confiar en ellos.

Todo lo que soy ahora, todo lo que este mundo me ha hecho...la fortaleza que hay en mí y que antes no podía ver, los secretos oscuros...todo eso se debió en parte a mi hermana. Porque se involucró con ellos. Y al que ella, también lo hice.

✔ Tenebris/ Los hijos del Diablo  1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora